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De acuerdo con el estudio “El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2010-11” de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés), las mujeres representan 20% de la fuerza laboral agrícola en los países de Latinoamérica. Las mujeres aportan contribuciones esenciales a la economía rural de todas las regiones de los países en desarrollo en calidad de agricultoras, trabajadoras y empresarias (FAO, 2010).

Sin embargo, hay una constante que se repite de manera sorprendente y uniformemente en todos los países y contextos: las mujeres tienen menor acceso que los hombres a los activos, insumos y servicios agrícolas, así como a menores oportunidades de empleo rural.

Según Judith Domínguez, autora del estudio “Análisis de la equidad de género en las formas de acceso a programas productivos y de gestión ambiental”, en México, a pesar de que el campo está en un proceso de feminización que se deriva de la migración de los hombres terratenientes al extranjero, existen dos principales barreras para el acceso de las mujeres a los apoyos gubernamentales: el no contar con una titularidad comprobable de sus tierras y los patrones socio culturales que sitúan a la mujer en un estado de subordinación a las decisiones del hombre.

Al día de hoy, en México ya existen infinidad de instituciones, programas e iniciativas de equidad de género, y es común encontrar lenguaje incluyente en los programas de apoyo y estadísticas de desarrollo según el género.

Aún tenemos trabajo por recorrer en cuanto al fomento de la inclusión femenina. El cambiar la ideología de los habitantes del sector rural es un trabajo que se debe lograr gradualmente mediante la educación y desde una temprana edad. El tomar en cuenta que las necesidades de la mujer trabajadora son diferentes a las de un hombre asegura que la mitad de la población del país tenga acceso equitativo al desarrollo, lo que finalmente repercute en la economía nacional.

A nivel global, el lograr la equidad de género en el campo generaría beneficios en serie: las mujeres incrementarían su productividad entre 20 y 30%, originando que la producción total de los países en desarrollo se incrementara hasta en 4% y reduciría el número de personas hambrientas en el mundo por hasta 17 por ciento. Los niños en el medio rural se verían beneficiados ya que, según la FAO, las mujeres gastan más en alimentos, salud, vestido y educación para sus hijos cuando tienen mayores recursos, lo que eventualmente repercutiría en un crecimiento en capital humano y económico de los países en desarrollo.

*Beatriz Margarita Zavariz Romero es especialista de la Subdirección de Diseño de Programas en FIRA. La opinión es responsabilidad del autor y no necesariamente coincide con el punto de vista oficial de FIRA.

FUENTE: FAO

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