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Las pequeñas organizaciones locales, indígenas y campesinas, representan en México un ariete para la defensa del territorio, la identidad y las semillas nativas, en una labor poco visible que fortalece la agricultura ecológica y familiar, según especialistas.

"El desarrollo de la agrobiodiversidad es el resultado del despliegue milenario de los pueblos indígenas. Pero estos movimientos siguen siendo invisibles. Por eso, hay que visibilizarlos y vincularlos con otros movimientos locales", dijo a IPS el investigador Narciso Barrera, de la estatal Universidad Autónoma de Tlaxcala, un estado del sur. 

Desde 2000, este académico ha elaborado un denominado mapa de la ecología política mexicana. Mediante ese proceso ha podido registrar, por ejemplo, la actuación de al menos 50 agrupaciones locales, indígenas y campesinas mestizas, y la celebración de al menos 150 fiestas relacionadas con el maíz, un cultivo emblemático desde el centro de México hasta la costa occidental de Costa Rica. 

Barrera también ha identificado a las mujeres, las pastorales católicas y los ancianos entre los actores principales de los proyectos comunitarios.  "Hemos ganado la confianza de la gente, que ha estado recibiendo asesoría técnica y de sus derechos, tanto hombres como mujeres", indicó a IPS la contable de una alianza de organizaciones comunitarias del sureño estado de Oaxaca, Claudia López. 

"Nos preocupa la seguridad y soberanía alimentaria, para que la gente produzca lo que consume, también el agua, género, recursos naturales", explicó respecto a los intereses y actividades de la Unión de Organizaciones de la Sierra de Juárez. Fundada en 1992, esta asociación abarca a 12 comunidades indígenas, cuyos habitantes han aprendido prácticas agroecológicas aplicadas a sus cultivos de café, hortalizas y maíz y la crianza de animales de traspatio (huerto familiar), como gallinas y cerdos. 

Además del autoabastecimiento, los productores exportan café orgánico certificado a Alemania. La base de estas iniciativas es la agricultura familiar, considerada primordial para enfrentar la crisis ambiental, económica y alimentaria que golpea a este país latinoamericano. 

En México, unos cinco millones de personas dependen de esa modalidad agrícola, con una superficie promedio de seis hectáreas para cada una. Aportan 39 por ciento de la producción agropecuaria total y 70 por ciento de los empleos en el sector, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). 

En diciembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la designación de 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar, en reconocimiento a esa actividad esencial en el suministro de alimentos y fuente de ingresos de miles de millones de campesinos en el mundo. Abastecerse de alimentos sanos, libres de sustancias químicas y otros contaminantes, fue la motivación de un grupo de mujeres para crear en 2005 la Red de Productores y Consumidores Responsables Comida Sana y Cercana en San Cristóbal de las Casas, en el sureño estado de Chiapas. 

La organización integra a 32 familias productoras de café, maíz, hortalizas y trigo y criadoras de animales de traspatio. "Decidimos actuar para asegurar que los alimentos que llevábamos a nuestra casa fueran sanos. Empezamos a investigar y nos dimos cuenta que había productores que estaban produciendo con agua de manantial y que no colocaban químicos", relató a IPS una de las cinco integrantes del equipo promotor de la red, Lourdes Pérez. 

"Después pasamos a hacer la canasta orgánica, un sistema de pedidos a través de una lista de productos", que comercian en grupo, explicó. Los miembros de la red agropecuaria se instalan miércoles, viernes y sábado en un mercado instaurado en 2007, para vender a consumidores de la zona sus productos. De una oferta inicial de 15 mercancías crecieron hasta superar las 50. 

En 2011, esta agrupación inició un proceso de certificación participativa para validar los usos agroecológicos de sus miembros. Como resultado, este mes van a dar el primer aval a una familia que siembra aguacate y frutas y engorda animales de traspatio. Además, pertenece a la Red Mexicana de Tianguis (venta ambulante) y Mercados Orgánicos, surgida en 2004. Estas asociaciones cuentan con 20 mercados distribuidos por todo el territorio mexicano, cuyos puestos permiten una conexión cercana entre productores rurales y consumidores urbanos. 

Promueven así el mercado de la producción cercana y el consumo de productos orgánicos, y contribuyen a aumentar la conciencia ecológica y social sobre la importancia de producir y consumir en forma responsable. Otros 18 mercados están a la espera de sumarse a esta asociación. 

"La clave es la agroecología, pues implica aspectos sociales, educación, economía, prácticas productivas", enfatizó Barrera, quien ha publicado los resultados de sus estudios en la revista española Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global. 

Uno de los motores de las organizaciones locales ha sido su oposición a las siembras transgénicas, en especial de maíz. Desde 2009, la Secretaría (ministerio) de Agricultura recibió 110 solicitudes para plantar maíz genéticamente modificado en etapa experimental, de las cuales autorizó 67, a las que se suman otras 11 para programas pilotos. Además, hay cosechas transgénicas de algodón, soja y trigo, este último en forma experimental. 

En su mapa ecopolítico, Barrera identificó que de las 22 regiones prioritarias para el cultivo de maíz en México, 11 están amenazadas por indicios de contaminación transgénica. "Estamos preocupados por esos temas, como la minería y la defensa de los recursos naturales", declaró Gómez, cuya organización pertenece a la Red en Defensa del Maíz Nativo. 

En cuatro comunidades de Oaxaca, la Unión de Sierra Juárez construye sistemas para la captación de agua de lluvia, una alternativa para enfrentar la sequía. La agrupación ha recibido financiamiento de las organizaciones estadounidenses CS Fund and Warsh/Mott Legacy y Grassroots International y de la alemana Pan para el Mundo. 

"Nuestro objetivo es contribuir al mercado local, al desarrollo económico, y (promover) una soberanía alimentaria. Se ha asegurado trabajo estable y para los consumidores tener alimentos sanos", dijo Pérez, quien se incorporó en 2006 a la Red de Productores y Consumidores Responsables Comida Sana y Cercana. "El reto fuerte es redirigir la demanda para tener una producción sustentable", reflexionó. 

FUENTE: FAO

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