El agro funciona para Andalucía como un refugio de competitividad y como manija de control del desempleo.
Hace unas semanas, la encuesta de población activa nos dejaba una cifra de parados nacional que superaba los 5,2 millones de personas. El guarismo, por desgracia, era tan enorme que se llevó todos los titulares. El número de parados está constituido por los que se han quedado sin empleo y por los nuevos activos: los que entran a formar parte del tejido productivo cuando comienzan a buscar su primer empleo. Para medir, por tanto, el daño que esta crisis ha hecho en el empleo es mejor mirar qué ha pasado precisamente ahí, en la cifra de empleados antes que en la de parados, que es casi una medida de sufrimiento social.
Me van a permitir que en esta ocasión haga unos pocos números, de trazo gordo, sencillos, pero creo que bastante esclarecedores. El número de trabajadores que contabiliza la EPA (la estadística que se utiliza para comparaciones internacionales) se ha contraído desde marzo de 2008 hasta diciembre de 2011 en casi 2,6 millones de personas, de los cuales 474.400 eran andaluces. La magnitud del cataclismo es evidente. En términos relativos, la pérdida de empleos en España ha sido en ese período del 12,7% y en Andalucía del 14,7%.
Pero, ¿dónde se han producido la mayor parte de las bajas? La respuesta intuitiva es que el mayor impacto lo ha debido recibir la construcción, en primer término por el impacto directo del estallido de la burbuja inmobiliaria y en segundo lugar por la congelación de las inversiones en materia de obras públicas. En efecto, la realidad constata esta circunstancia, con caídas del 52,2% en España y del 60,5% en Andalucía. Y, si nos fijamos en el total de empleos destruidos, más de la mitad de ellos estaban en la construcción (en Andalucía hasta el 61,8%). Pero, dado que a la crisis interna se le ha sumado la concurrencia de una crisis del sistema financiero a nivel internacional, la sequía de crédito ha empeorado sustancialmente la situación y ha provocado descensos en todos los sectores fruto de la parálisis económica.
El industrial ha sido el segundo en pérdidas, donde se han reducido el número de empleos en un 23,8% y 25,2% en España y Andalucía respectivamente. Evidentemente,el sector industrial se ve impactado en primera línea de fuego en todos los rubros relacionados con la construcción: materiales de construcción, maquinaria pesada, elementos de transporte y energía. Aquí también la debilidad de la demanda interna supone una segunda vuelta de tuerca que influye en su descenso, añadiéndose el problema de que es en este sector donde se logran normalmente las mayores ganancias de productividad.
Los servicios, que es el sector que más empleo concentra y en el que el turismo presenta un peso más que relevante, han tenido un comportamiento menos desfavorable, con tasas de variación inferiores al 4%, muy por debajo de los descensos generales del empleo, demostrando la fortaleza de este heterogéneo conglomerado en el que subsectores tan importantes como los servicios de asesoría inmobiliaria o financieros están sometidos a profundos procesos de ajuste. Sin embargo, también aquí el retroceso andaluz (3,8%) ha sido mayor que el nacional (2,6%)
¿Y qué pasó con la agricultura? Pasó que, a pesar de la progresiva erosión de las rentabilidades de las explotaciones, la pérdida de empleos ha sido más contenida que la media de la economía, un 6,4% en España y un 6,3% en Andalucía. Y pasó que encontramos aquí una ligera excepción. En todos los sectores la pérdida de empleo ha sido más intensa a nivel regional que nacional, menos en la agricultura. Quiere decir esto que, al margen de debates más o menos absurdos sobre planes de empleo rural, el agro funciona para Andalucía como un refugio de competitividad y como manija de control del desempleo, y como tal debería ser considerado a la hora de establecer prioridades y líneas de actuación de política económica. Es una especie de salvavidas de emergencia de la economía andaluza: no debemos dejar de buscar otros de cara al futuro, pero al mismo tiempo procuremos no cargar de plomo el que ahora tenemos.
FUENTE: eleconomista.es
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