Con la puesta en marcha del TLC con Estados Unidos se han escuchado diversas voces que expresan su preocupación respecto a la suerte del sector agropecuario colombiano que constituye la principal fuente de trabajo e ingresos de la población rural.
Sin embargo, y no obstante la gran diversidad productiva que tiene el sector agropecuario y la importancia que tienen los bienes de exportación en la dinámica sectorial, como en el caso del café, pocos se han referido a las oportunidades de exportación que se abren y a los alivios monetarios que les significará a muchos hogares acceder a alimentos más baratos.
Adicionalmente, las críticas al tratado se hacen como si nuestra agricultura tuviera un elevado grado de desarrollo y exhibiera altas tasas de crecimiento. Pero la realidad es otra. La utilización de la tierra con vocación agrícola no es mayor al 25 por ciento de su potencial y, en materia forestal, tal aprovechamiento es aún mucho menor. Es decir, el país tiene en su sector agropecuario una considerable capacidad de crecimiento y desarrollo la cual, a diferencia de muchos otros países, no depende de un puñado de productos sino que, por el contrario, es muy diversa.
De otra parte, y como lo han señalado los ministros de Agricultura y de Comercio, en la negociación del tratado se aseguró que las cadenas agropecuarias y agroindustriales más sensibles tuvieran un largo período de transición, entre 15 y 18 años, con niveles arancelarios adecuados. En otras palabras, los agricultores tienen tiempo suficiente para ajustar sus procesos productivos y asegurar mayores niveles de productividad y competitividad. Para ello, la política sectorial debe enfatizar la provisión de bienes públicos, como la investigación, la asistencia técnica, la infraestructura de riego y la información.
Igualmente, es necesario considerar que el entorno internacional para el desarrollo del sector agropecuario es altamente favorable y esto es un factor que juega a favor de un país que, como Colombia, tiene tierra disponible.
De una parte, los precios de los alimentos están en niveles altos y las perspectivas futuras es que mantengan tendencia al alza. Esto hace más viable que la producción local compita con la foránea. De otra, las diversas proyecciones de demanda mundial de alimentos para las próximas décadas señalan que el mundo tendrá que intensificar y ampliar el uso de la tierra agrícola. Adicionalmente, la irrupción y el acelerado crecimiento de los biocombustibles han abierto nuevas oportunidades de desarrollo agrícola.
La política sectorial ha enfatizado el tema del acceso y la propiedad de la tierra y ello está bien en un país donde la inequidad rural es alta. Pero este no puede ser su único objetivo, pues sin un adecuado y dinámico entorno productivo, comercial y de gestión en el sector agropecuario, los programas de tierra pierden su eficacia y no generan mayores transformaciones entre los pequeños productores.
Sin duda, el TLC representa retos de gran importancia para la agricultura colombiana pero la puesta en marcha de adecuadas políticas e instituciones, bien pueden asegurarle, a un país rico en recursos naturales, especialmente tierra, que la apertura de mercados lejos de ser una amenaza inevitable bien puede convertirse en un impulsor de su desarrollo y, para ello, la promoción de las exportaciones no tradicionales se vuelve un imperativo.
FUENTE: EL COLOMBIANO
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