El agro sabe que es fundamental establecer un nuevo contrato con la sociedad. También siente que dilapidó el capital acumulado en la batalla de la 125, que finalmente no se tradujo en cambios visibles en la política agropecuaria. Resaltar el adjetivo visibles no es un error de imprenta. Tampoco lo deslizamos ligeramente. Para dejarlo en negro sobre blanco, y como decía el Principito, lo esencial es invisible a los ojos. ¿Qué es lo esencial? Lo esencial es que todo el país, incluyendo al propio kirchnerismo, ahora sabe que el agro es fundamental. Los funcionarios de más alto nivel siguen a diario la evolución de los precios agrícolas, y leen con fruición los informes climáticos y la información de las lluvias. Alguno, aferrado a la vieja visión de la industrialización bajo techo, menea la cabeza mientras piensa que “no puede ser” que el modelo dependa de la lluvia en la pampa húmeda.
Pero en los tiempos de la Argentina Verde y Competitiva, esto es inexorable. Ni bueno ni malo: es así. Porque la agroindustria, incluyendo la muletilla parcialmente correcta de “la industrialización de la ruralidad”, va a tener un sello climático en el orillo. Esto no significa que esta sociedad atrasa. Todo lo contrario: avanza a los saltos. Y así como en los ciclos favorables, como el del 2011, la sociedad gozó a pleno de la bonanza de una gran cosecha con altos precios internacionales, habrá que digerir un 2012 con una producción un 10% menor y precios seguramente algo inferiores.
Esto lo aprendió el gobierno, y la reacción ha sido la de cuidar cada dólar. Hay seguramente una sobre reacción, ante el temor de que la sequía realmente hubiera afectado mucho la cosecha. Y también ante el discurso de los economistas sobre el “final del viento de cola”.
En el primer caso, las fotos de las vacas muertas de hambre y sed poco ayudan a la tranquilidad del gobierno y la sociedad respecto a la solidez del sistema agroindustrial. La realidad es que habrá una cosecha milagrosa, de más de 90 millones de toneladas, a pesar de la severidad de la sequía. Igual, son 20 millones menos que las esperadas, pero la mejora de los precios (consecuencia de la caída de la cosecha argentina) compensará en parte la menor cantidad.
La sociedad y el gobierno necesitan convencerse del potencial del agro. El gobierno parece haberse dado cuenta, por ejemplo, que gracias al impulso al biodiesel, se logró una carambola muy interesante. Los chinos dejaron de comprar aceite en el 2010. La respuesta fue el corte del gasoil, primero al 5 y luego al 7%. Esto permitió digerir buena parte de las pérdidas de exportación de aceite. Y al mismo tiempo, se sustituyeron en el 2011 más de 2.000 millones de dólares en importaciones de gasoil.
Pero además, esta estrategia sirvió para apuntalar el precio de los productos del complejo soja, empezando por la semilla. China tuvo que ir a buscarla a Estados Unidos, con lo que fortaleció la cotización de Chicago. Esto hizo que finalmente la Argentina ingresara más dólares por exportaciones de todo el complejo, y que el fisco capturara dólares extra vía retenciones. Lo hizo un gobierno K. Pocos, de adentro del sector, lo percibieron. ¿Ven que a veces, lo esencial es invisible a los ojos? Hace un tiempo, concretamente durante la batalla de la 125, se decía que el secretario de Comercio Guillermo Moreno era partidario de ponerle retenciones infinitas a la soja. Entendía que por la presión de este cultivo, se encarecía la producción de trigo, carne y leche. Ahora sabe que la soja y el conjunto de los productos agrícolas son los aliados de la estabilidad macroeconómica. Su mayor temor es que China deje de comprar. Hay que decirle que sólo dejó de comprar aceite, lo que no es bueno, porque quieren molerla ellos. Igual, necesitan el poroto. Y eso es un piso firme.
Tendremos producción, y mercado. A confiar.
FUENTE: CLARIN
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