Detrás de cada fruto que nos llevamos a la boca hay muchos años de investigación y trabajo de campo orientados a mejorar la calidad y sanidad de la producción, cuidar el medio ambiente y la salud humana. De esta manera, las manzanas que se cultivan en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén son cada vez más inocuas y para obtenerlas se emplea una cantidad mínima de insecticidas y fungicidas.
Durante los últimos seis años, en la región del Alto Valle hubo un antes y un después en el manejo sanitario, a través de la implementación de programas más respetuosos del ecosistema, que permiten producir frutas frescas con residuos de plaguicidas muy inferiores a las tolerancias oficiales. Cabe destacar que esas tolerancias, denominadas límites máximos de residuos (LMR) no producían ningún riesgo para la salud del consumidor. Sin embargo, en Europa existe una tendencia a consumir productos con un menor número y cantidad de residuos.
Anteriormente, el único método de control existente era realizar, durante la época vegetativa, entre diez y doce aplicaciones de organofosforados, insecticidas de alto riesgo, por lo que se debía ser extremadamente cuidadoso en su transporte, manipulación y eliminación.
Luego de más de una década de estudios científicos y validación de ensayos en chacras de la zona (efectuados entre 1990 y 2004), el INTA Alto Valle diseñó una estrategia de control de plagas que fue la base tecnológica del Programa Nacional de Supresión de Carpocapsa. Esta herramienta fue impulsada por el Gobierno Nacional a través de Senasa, implementada por Funbapa y el INTA en 2006, y finalizó durante la pasada temporada. Permitió que todos los productores, a lo largo de las casi 42 mil hectáreas de frutales de pepita del Alto Valle accedieran a poner en práctica las estrategias de control estudiadas por el INTA, organismo que se encargó de dictar las pautas de manejo sanitario y capacitación a los profesionales y monitoreadores involucrados.
De esta forma se realizó un manejo integrado de plagas que permitió bajar el porcentaje de daño por carpocapsa (plaga clave para manzanos y perales) a nivel regional de 6% a 0,26% y disminuir el número de aplicaciones de insecticidas en más de un 50% usando herramientas más amigables con el medio ambiente como la Técnica de la Confusión Sexual (TCS). Otro aspecto a resaltar es la casi eliminación de los insecticidas organofosforados de alta toxicidad en los programas sanitarios (la disminución fue de casi un 85%). En la actualidad se utilizan otros de nueva generación, con baja toxicidad para los mamíferos y alta selectividad para la fauna benéfica.
Este cambio facilitó que el sector se adaptara a las exigencias de los mercados más restrictivos, es decir, a aquellos que requieren frutas frescas con residuos inferiores a las tolerancias permitidas legalmente, por sus estándares secundarios de comercialización. Estos estándares son las exigencias de cada comprador (grandes cadenas de supermercados) en lo referente a las tolerancias de residuos en frutas que son comúnmente muy inferiores a las legales y se emplean para obtener una posición más ventajosa frente a un sector de los consumidores que prefieren productos con una mínima cantidad o sin residuos.
Pero modificar la estrategia de intervención sanitaria no sólo habilitó a mantener la presencia en dichos mercados sino que produjo un gran impacto en el aspecto ambiental, porque disminuyó la presión de contaminación sobre los cursos de agua, napa freática y aire. Además, los consumidores pueden disfrutar de manzanas y peras con un número mínimo de intervenciones de plaguicidas para el control de plagas y enfermedades.
Fuente: Rionegro
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