Cada vez que se producen dificultades económicas, el consumidor comienza a buscar diferentes alternativas en la intención de reducir sus gastos. Quedó reflejado al conocerse lo que sucede los viernes y sábados en la plaza Marcos Burgos, de Las Heras, donde más de 170 productores ofrecen directamente sus verduras; o lo que está ocurriendo diariamente en la feria de Guaymallén, cada vez más concurrida por parte de los compradores.
Sin embargo, si bien esa nueva modalidad sirve para que el contacto directo entre productor y comprador los beneficie, en el resto de la actividad, que es importante porque son miles de productores los involucrados, la situación sigue siendo la misma y son los intermediarios los que se quedan con gran parte del valor del producto.
Para algunos, esa situación es parte del juego de la economía, pero también refleja la injusticia de la situación en razón de que la primera parte de la cadena, el productor, es quien debe invertir en semillas, agroquímicos o abonos, además de su trabajo y recibe una parte mínima del precio final, mientras el consumidor es quien debe afrontar los “costos” de la intermediación.
En parte, esa debilidad de los productores surge de su individualismo. En Estados Unidos, por ejemplo, los productores trabajan en conjunto. Con las informaciones que les proporciona el gobierno sobre la marcha de la producción, organizan las plantaciones, efectuando la compra de abonos, agroquímicos y semillas en cantidad, con lo que abaratan los costos, actividad que continúa luego en la cosecha y hasta en la venta de los productos.
Entre nosotros, es la vitivinicultura la que más rápidamente se adaptó a las exigencias de los mercados. Agrupados en entidades establecieron objetivos en común y así procedieron a reconvertir viñedos, incorporar tecnología y producir los cambios necesarios para salir a ganar mercados. No fue una tarea fácil ni de rápidos dividendos, pero con el correr de los años supo adaptarse a las necesidades -y a los cambios- que se producen en las preferencias de los consumidores.
En los últimos años, la olivicultura está siguiendo esos pasos y es por ello que el sector va ampliando mercados, a pesar de las dificultades que coyunturalmente suelen presentarse. Y, de a poco, pero con pasos firmes, algo similar se está observando con la actividad frutícola, donde comienza a aparecer una conjunción de objetivos entre la producción y la industria.
No sucede lo mismo con la horticultura por esa carencia de unidad. Debido a eso resulta interesante lo sucedido con un grupo de productores de Colonia Molina, Guaymallén, quienes, con el apoyo del INTA, trabajan en la organización y en tareas de conjunto para el mejoramiento de la producción “con enfoques de desarrollo”, según indican. Esa asociación tuvo reconocimiento nacional en la categoría “cooperativas”, por su desarrollo en la actividad agrícola y el proyecto que la llevó a la distinción consistió en unirse, a través de la gestión del organismo nacional, para mejorar la competitividad en fincas y trabajar por el desarrollo de la comunidad.
Resultaría valioso que esa iniciativa se trasladara hacia otros sectores de la provincia donde se desarrolla la actividad hortícola, a los efectos de modificar esa tendencia que lleva a los productores a actuar más por intuición que por conocimiento sobre cómo marchan y cuáles son las necesidades de los mercados. Paralelamente, establecer sistemas de comercialización que permitan que las rentas en la cadena sean más equitativas, favoreciendo así tanto al productor como al consumidor.
FUENTE: Los Andes
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