Supongamos que con estas presiones inflacionarias que estamos viviendo, el Banco de México decide echar marcha atrás a su baja en las tasas de interés de marzo pasado y vuelve a subir su tipo interbancario a 4.5 o incluso a 5 por ciento.
¿Eso va a bajar el precio del huevo o el jitomate? Claro que no.
La inflación en México vive en la bipolaridad de un núcleo estable y dentro de la meta establecida por el banco central, pero un índice de precios oscilantes por las temporadas y factores externos están desmadrando la parte más sensible de los precios.
El Dr. Jekyll de la inflación es un envidiable ciudadano del primer mundo de los precios que presentó en abril pasado un índice anual de 2.95 por ciento. Pero el señor Hyde es ese monstruo de la inflación subyacente, que incluye alimentos y energéticos, que tiene una tasa anualizada en abril de 10.32 por ciento.
En la radiografía de precios que dio a conocer el INEGI hay algunos datos que deberían encender los focos rojos. La inflación anualizada de las frutas y verduras alcanzó 25% y los productos pecuarios llevan un aumento anualizado de casi 13 por ciento. Pero también los precios de los energéticos y tarifas autorizadas por el gobierno llevan un escandaloso incremento anualizado de 6.47%, que es el doble de la meta oficial.
La política monetaria está diseñada para contener las presiones generalizadas de los precios, pero tiene pocos instrumentos para aguantar episodios presentados en los subíndices.
Lo mejor que puede hacer Agustín Carstens y los subgobernadores que le acompañan es llevar estos encendidos focos rojos a otras ventanillas del Estado, específicamente a tres oficinas del gobierno federal: Hacienda, Economía y Agricultura.
Quizá llegó el momento de suavizar los incrementos mensuales en los combustibles, porque si bien es indeseable usar recursos públicos para subsidiar gasolinas, habrá que analizar el costo de oportunidad de permitir una inflación galopante en los productos básicos. Esa ventanilla es la de Hacienda.
En Agricultura, hay que pedir informes de qué están haciendo para aumentar la productividad del campo. Hay un cuello de botella en la producción de granos. Faltan tecnología y recursos. Sobran dogmas sobre esa bandera absurda de los transgénicos.
Pero en la Secretaría de Economía está la primera salida inmediata a la crisis de precios de los alimentos. Si el problema es de falta de oferta, que se abran los cupos de importación. Si el problema es de especulación, con más razón: que se abran las fronteras para frenar esas prácticas.
De paso, esa Secretaría podría poner a funcionar de manera adecuada su brazo de protección al consumidor, no para cerrar arbitrariamente restaurantes ni para llenar de anuncios viejos los medios de comunicación, sino para efectivamente frenar la especulación.
Si ésta es una economía abierta y de eso presume, es momento de usar esos instrumentos para compensar las carencias internas. Si hay molestia de los productores locales por la apertura a las importaciones, pues mala tarde para ellos, de lo que se trata es de frenar la inflación, pero sobre todo, un potencial problema social.
fuente elecoomista
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