El nitrógeno es un elemento esencial para la vida. Lo necesitan las plantas para la fotosíntesis y es imprescindible para la construcción de otros compuestos orgánicos y proteínas, una pieza clave en el delicado rompecabezas de la biodiversidad. Pero el nitrógeno es muy escurridizo, la mayor parte está en la atmósfera y solo una pequeña proporción está accesible para entrar en el ciclo de la vida gracias a microorganismos que lo fijan en el suelo para que lo usen las plantas. En los últimos años, se ha descubierto que determinadas actividades humanas, como producciones agrícolas y procesos industriales, están multiplicando la emisión de nitrógeno reactivo a la atmósfera, alterando gravemente ese frágil ciclo.
En concreto, alertan la ecóloga Amy Austin, investigadora de CONICET en la Universidad de Buenos Aires y sus colegas, cuatro de los ocho principales focos de biodiversidad de latinoamérica estarán en 2050 ahogándose en niveles dañinos de nitrógeno si no se le pone remedio. La ecorregión del Cerrado, en Brasil; la mata atlántica, comprendida entre Argentina, Paraguay y Brasil; la Sierra Madre mexicana; y el llamado Chocó biogeográfico, una zona de ricas planicies que se extienden desde Panamá hasta Perú, pasando por Colombia y Ecuador.
Todas estas regiones corren el riesgo de sufrir los efectos de ese inapropiado nitrógeno reactivo que se considera tan peligroso para la biodiversidad como el cambio climático, las especies invasivas y el mal uso y abuso de las tierras. Y que en este caso, se suman. La deposición de nitrógeno reactivo en determinados ecosistemas provoca cambios en la composición y diversidad de las especies de plantas e incluso impulsa el desarrollo de patógenos peligrosos que podrían multiplicarse inesperadamente gracias a ese suplemento alimenticio.
En América Latina, la conversión de ecosistemas naturales para el cultivo de la soja —que supone el 40% de la producción mundial— ha tenido un impacto importante sobre el ciclo de nitrógeno por la destrucción y la quema de la vegetación natural para preparar las tierras para cultivar esta leguminosa. Además, la exportación de grano de soja, que es rico en nitrógeno, supone una importante pérdida de este elemento para ecosistemas como La Pampa argentina, según explica Austin. “La quema de ecosistemas para reconvertirlos aumenta los compuestos gaseosos de nitrógeno que se trasladan a la atmósfera, que después se depositan de vuelta en otros ecosistemas. Esto supone que cruza fronteras y por eso es un problema que tiene que afrontarse a nivel regional”, afirma Austin.
Se calcula que cada año se queman en América Latina 150.000 kilómetros cuadrados d... para limpiar zonas que se quieren dedicar al cultivo. “Otras actividades”, continua Austin, “como la actividad industrial, la urbanización de determinados entornos y los obsoletos sistemas de tratamiento de aguas residuales también concentran nitrógeno, lo que puede tener consecuencias potencialmente negativas para la salud tanto de los ecosistemas como de los seres humanos”. El estudio advierte de que “debe detenerse la destrucción de algunas de las mayores áreas intactas de los ecosistemas tropicales más diversos” por la mala gestión de los cultivos.
La deposición de nitrógeno en algunos ecosistemas provoca cambios en la composición y diversidad de las especies de plantas
Los autores no piden que deje de dedicarse espacios a la agricultura, sino que se haga con cabeza y teniendo en cuenta la importancia del ciclo del nitrógeno. “Aunque se ha afirmado que ya se ha dedicado suficiente tierra para la producción sostenible de bienes y servicios, la mayor parte de estas tierras están explotadas de manera ineficiente, sobre todo en el sector ganadero. El aumento del uso eficiente de la tierra ya cultivada debería ser una prioridad”, concluyen los autores del estudio, de ocho instituciones científicas de cinco de los países latinoamericanos más afectados: Brasil, Argentina, México, Bolivia y Venezuela.
Austin asegura que es necesario promover un esfuerzo en el conjunto de la región para intentar tener una política más inclusiva, que reduzca la desigualdad social, que a su entender es una pieza clave del uso correcto de cultivos y explotaciones. “Nosotros creemos, como científicos, que la creación de instituciones políticas y académicas más inclusivas e independientes son requisitos necesarios para mitigar el impacto humano sobre el ciclo de nitrógeno. Y, en paralelo, es algo que podría ayudar con otros desafíos relacionados con el desarrollo sostenible”, asegura la investigadora.
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