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AGRO20 ESPAÑA: Valorar el daño medioambiental, ¡una responsabilidad de todos!

El pasado día 11 de marzo se celebraron las VI Jornadas de Economía y Medio Ambiente en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Sevilla. Estas Jornadas fueron organizadas por la Cátedra de Economía de la Energía y Medio Ambiente de la Universidad de Sevilla con la colaboración y participación de la Fundació Roger Torné y con el objetivo de debatir, desde distintos puntos de vista, sobre la necesidad de valorar económicamente y de una forma científica y rigurosa el daño ambiental asociado a las denominadas externalidades negativas.

En los manuales de Economía se explica que existe una externalidad negativa cuando una actividad económica de consumo o producción genera un coste, daño o perjuicio a un tercero, que no tiene ninguna participación en la actividad generadora de ese daño, es decir, los costes de producción del bien o servicio, origen de la externalidad, no reflejan el daño ocasionado al tercero.

Ya Alfred Marshall, fundador de la escuela económica de Cambridge, destaca en su obra Principios de Economía que la naturaleza es una de las fuentes originaria de externalidades.

Por su parte, Nash considera que una externalidad existe si, debido a la naturaleza de las instituciones económicas y sociales, los costes se imponen a otros que no deben pagar por ellos; o sea, las externalidades son interdependencias no negociadas entre individuos y empresas, combinándose esta relación con una ausencia de transacción de mercado.

Mucho tiempo después de la consideración de Marshall sobre las externalidades, sigue siendo éste un tema de mucha actualidad, ya que existe una gran preocupación social en torno a cuestiones como la contaminación del aire y el deterioro del medio ambiente, que no dejan de ser unos claros ejemplos de externalidades negativas medioambientales. No en vano, los científicos de todo el mundo llevan desde hace tiempo advirtiendo del peligro del efecto invernadero provocado por el calentamiento de la atmósfera debido a la gran cantidad de gases expulsados por las fábricas y medios de transporte.

La combustión de la madera y de los combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural producen gran cantidad de dióxido de carbono. A medida que la sociedad se ha ido industrializando, las fábricas que quemaban carbón empezaron a producir CO2 a un ritmo más rápido de aquel con el que las plantas y los océanos podían absorber el gas. A finales del siglo XIX, el CO2 existente en la atmósfera estaba en torno a 290 partes por millón, actualmente es de 350 partes por millón y para el año 2050 podría llegar a ser de 500 a 700 partes por millón. Los precios actuales de los combustibles no reflejan los verdaderos costes que provocan sobre el medio ambiente, dando lugar a una ineficiencia económica.

Esta preocupación por el daño que la contaminación ambiental del aire provoca sobre terceros se remonta bastantes siglos atrás, mucho antes que la doctrina económica la calificara como externalidad negativa.

En la Edad Media se puede hacer mención de la primera disposición medioambiental para combatir la contaminación del aire. Se trata de una Ordenanza de 1273 que prohibía el uso de carbón en Londres, por ser “perjudicial para la salud”. Apenas un cuarto de siglo más tarde, en 1306, una Proclama Real, prohibía en aquel lugar el uso de carbón en los hornos de los artesanos, por motivos semejantes. Pero, más de dos siglos después, las cosas no habían mejorado sensiblemente, por lo que durante el reinado de Isabel I –mediados del siglo XVI y muy principios del siglo XVII– se sucedieron las protestas de la población, pues el empeoramiento de la calidad del aire afectaba de manera sensible al bienestar de los sujetos, al parecer, además, sin solución aparente.

Fue en 1661, cuando John Evelyn, un editorialista, escribe un artículo, que presenta a Carlos II, con argumentos razonados sobre el problema de la contaminación del aire, que se estaba convirtiendo en un casus belli. El artículo es del máximo interés, por lo certero del análisis, por las recomendaciones que dirige al Rey, y por lo avanzado de las medidas para luchar contra la contaminación, que había agravado las condiciones de una vida saludable en la City londinense.

El problema, dice Evelyn, no está tanto en el uso del carbón para fines domésticos o de los pequeños artesanos en sus hornos, sino en el gran consumo que realizan los hornos de las cerveceras, de los tintoreros o de los productores de cal, entre otros, por lo que no tiene demasiado sentido atacar el consumo menor, cuando el mayor queda sin restricciones.

Como decíamos, han pasado varios siglos y el problema del daño ambiental ocasionado por la contaminación del aire provocada por las instalaciones industriales y medios de transportes, lejos de solucionarse ha ido aumentado de forma considerable. Para querer resolver un problema no sólo hay que tener voluntad de arreglarlo sino que es necesario conocerlo de manera extensa y profunda y es, en esa tarea, en la que todos y cada uno de los miembros de la sociedad, desde su puesto, debe implicarse de manera decidida y rotunda. Este conocimiento pasa necesariamente por valorar adecuadamente el daño producido por la contaminación del aire, porque si no se conoce el valor, difícilmente se podrán tomar decisiones que supongan una mejora de la eficiencia económica y por ende, del bienestar social.

Solamente centrándonos en el campo de la salud, dejando al margen los efectos negativos sobre el clima o la agricultura, los datos facilitados por la Organización Mundial de la Salud no dejan lugar a dudas: la contaminación del aire provoca problemas respiratorios y cardiacos, infecciones pulmonares y cáncer, lo que genera la muerte de más de dos millones de personas por año. Estos datos no pueden dejarnos indiferente y mucho menos a la Universidad, cuyo primer y último fin es contribuir a la mejora del bienestar social. Por todo ello, desde el ámbito universitario debemos empeñarnos no sólo en sensibilizar a la sociedad del problema y hacerla partícipe del mismo, sino también debemos esforzarnos en su estudio y en la realización de propuestas concretas de solución.

Las Jornadas de Economía y Medio Ambiente que se vienen celebrando en la Universidad de Sevilla desde hace más de un lustro responden a este empeño por conocer más y mejor los problemas medioambientales y contribuir así a la proposición de alternativas para solucionarlos, o al menos para paliar sus efectos negativos. En la edición de este año se ha abordado como tema marco la valoración económica de las funciones ambientales y el cálculo de las externalidades asociadas a las mismas. Dentro de ese marco general, se ha dedicado una atención especial al tema del impacto de la contaminación del aire sobre la salud y su valoración económica y especialmente su efecto sobre la salud respiratoria de los niños, por ser este uno de los sectores más vulnerables de la sociedad en este ámbito y al que debemos prestar toda nuestra atención, aunque solo sea por un motivo de interés institucional, porque ellos son los verdaderos garantes de la supervivencia del sistema económico y social en un futuro no muy lejano.

Rocío Yñiguez es Doctora en Economía por la Universidad de Sevilla miembro de la Cátedra de Economía de la Energía y del Medio Ambiente de la Universidad de Sevilla, con la que colabora la Fundació Roger Torné.

Fuente: ECOnoticias

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