Los bosques nos ayudan a salir de la crisis. Que se lo digan si no a los miles de españoles que este invierno se han pasado a la estufa de madera o de pellets. Con el gasoil, el gas y la electricidad por las nubes, la leña vuelve a estar de moda. La de esos árboles que durante décadas mirábamos con el desdén de quien no los necesitaría nunca. Hoy es diferente. Ahora los vemos como una fuente de ahorro. De riqueza. Los pueblos deforestados los empiezan a echar de menos.
Pero los bosques nos ayudan mucho más. A comer gracias a la fertilización y mantenimiento de los suelos. A protegernos de los desastres naturales, del avance del desierto. A reducir el efecto de nuestro propio gran desastre no natural, el efecto invernadero. A respirar gracias a su oxígeno. A sentir que respiramos cuando caminamos por ellos, notamos el palpitar la vida en cada pisada, en cada hoja, mariposa o rayo de luz, en cada gorjeo.
Aunque no todos los bosques son iguales. Muchos son meras plantaciones de árboles, monocultivos dedicados a producir pasta de papel o serrín para aglomerados. En ellos falta lo más importante: la biodiversidad. La variedad. Ese “desordenado orden” del que nos hablaba Félix Rodríguez de la Fuente.
Ayer, inicio de la primavera, celebramos el Día Internacional de los Bosques. Una iniciativa de las Naciones Unidas muy matizable, pues a muchos los árboles no les dejan ver el bosque. Los míos son de viejos hayedos, encinares, robledales, tejeras, pinares maduros repletos de vida, casa común de una flora y fauna única. También los bosques de un único árbol, esos asombrosos árboles singulares tan viejos como una catedral y tan delicados como una flor, auténticos ecosistemas en miniatura.
fuente 20minutos
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