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AGRO20 EE.UU.: Pareja de estadounidenses cultiva más de 600 frutas tropicales

En la confluencia de los ríos Guaycuyacu y Guayllabamba, en el sector de Santa Rosa, al Noroccidente de Pichincha, se encuentra la ‘Reserva Río Guaycuyacu’, la cual es considerada como el paraíso de las frutas tropicales.

El acceso a este edén desde la carretera desde San Miguel de los Bancos transcurre por una sinuosa vía que paulatinamente hace perder cualquier vestigio de civilización. La entrada es sencilla y discreta, como Jaime y Mimi, los responsables de este sitio, que posee más de 600 especies diferentes de frutas tropicales que han sido traídas de diferentes partes del mundo.

La historia de esta pareja de estadounidenses afincada en Ecuador desde hace 25 años es tan fascinante como su colección de frutas, la mayor de todo Ecuador y una de las más completas del continente americano.

James West (Rochester, N.Y. 1947) se formó como ingeniero químico en EE.UU., pero su fascinación por la naturaleza pudo más que la tabla periódica, así que con 21 años se marchó a Colombia en busca de su destino y jamás volvió a vivir a su país. Este hombre alto y delgado, que aparenta tener menos de los 66 años que atesora. Tiene un porte de Robinson Crusoe y vastos conocimientos de botánica.

“Llegué a Colombia con los Cuerpos de Paz en 1968. Trabajé durante algunos años en una finca. En 1974 conocí a Mimi, quien había llegado a Colombia un año antes” y era otra joven estadounidense que no “terminaba de encontrarse a gusto con el consumo y la política capitalista de EE.UU.”. La amable y apasionada defensora del ambiente también viajó a Colombia, donde dibujaba aves y plantas para proyectos de investigación botánicos. Ambos se conocieron y nunca más se separaron, compraron una finca en Chocó, una pequeña localidad de la costa pacífica colombiana y durante años cultivaron cacao, café y
chontaduros. 

Tierra prometida

En 1987 llegaron a Ecuador. “No por miedo a la guerrilla, sino porque estábamos buscando unas tierras adecuadas para desarrollar el proyecto de cultivo de frutas tropicales. Seis meses después de abandonar la finca de Colombia la guerrilla vino a buscarnos. Vinimos a Ecuador porque nos gustaba el país y teníamos unos amigos en el país”, explica Jaime.


Tras seis meses de búsqueda, Jaime encontró el lugar que estaba buscando, a escasos metros de hipnótico río Guaycuyacu, donde la vida brotaba en todas las direcciones. El lugar reunía la única premisa que le había pedido Mimi: que no hubiera una distancia de más de 6 horas para llegar a la ‘civilización’. Esa era la distancia que había por entonces hasta la carretera más cercana. Dicho y hecho, Jaime junto a su familia se instalaron en lo que hoy es la Reserva Guaycuyacu. Compraron unas 30 hectáreas de tierra y comenzaron a vivir su sueño.

Huerto edénico

El verdadero tesoro de este lugar se encuentra a unos metros de la casa, caminando por un estrecho sendero donde se llega al huerto tropical. Comienzan a aparecer arbustos y árboles de una belleza y singularidad desconocida por la mayoría de los mortales. Encontramos el arbusto de la sapodilla, la fuente original del chicle. De color amarillento, en su interior posee una leche blanca, su savia, que al contacto con las manos es muy pegajosa, pero que en la boca se diluye fácilmente.


Unos metros más allá está el salak es una hermosa fruta de color rosado con una piel que recuerda a la de un reptil. Proviene de Indonesia, su fruto es carnoso y dulce. Más adelante está el achotillo, también de Indonesia, la llamada reina de las frutas, por su excepcional belleza y sabor. Los aromas y sobre todo las formas embriagan a cada paso, como en un purificador viaje de los sentidos.


A lo largo de los años Jaime recopiló semillas de diferentes partes del mundo, viajando o bien a través de correo postal. Actualmente, el y su esposa viven de la venta de semillas, que ‘esparcen’ por todo el mundo. “Vendemos a Australia, Europa, EE.UU., por muchos países”. En este paradisíaco recorrido aparecen cerezas de Brunei, cupuacús, jengibres asiáticos, salak de bali, flor de espingo, laurel, angostinos de Malasia. La lista es interminable. Las frutas, con sus aromas y texturas particulares, hacen que cualquier mortal se sienta como si estuviese dentro de la despensa de algún caprichoso dios.

Construcción hidroeléctrica

Lamentablemente una parte de este proyecto de vida, que incluye investigación y difusión científica, corre un gran peligro, pues en el sector se construye el sistema hidroeléctrico Manduriacu, que servirá para proveer electricidad a algunas localidades y sobre todo, según Mimi, para abastecer a los intereses mineros de la zona. Esta intervención generará una enorme presa y anegará con aguas servidas varias hectáreas de la zona, entre ellas un tercio de la Reserva Río Guayllabamba. “Nosotros podemos buscar otra casa, otro terreno, eso no importa, pero la pérdida ecológica que sufrirá la zona será irreparable”, dice Mimi.
 

Fuente: lahora.com

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