Para mantener sanos sus suelos, la Argentina necesita sembrar más maíz y poner fin a su adicción al dinero rápido que ofrece la soja. Sólo así podrá estar en condiciones de lograr su objetivo de incrementar la producción total de granos en un 60 por ciento en cinco años. ¿Cómo podrá alcanzarlo? Los pesimistas dicen que los cambios necesarios en las políticas se realizarán con demasiada lentitud, si es que se realizan. Los optimistas ven señales positivas, como la reciente modificación del sistema de cuotas de exportación de maíz, cuyo volumen exportable es ahora anunciado de una sola vez y mucho antes de que comience la siembra.
Quienquiera que esté en lo correcto, la Argentina será un actor clave en el mercado mundial a medida que la demanda internacional de alimentos se duplique en las próximas décadas.
Una oferta insuficiente de gigantes de los granos como la Argentina, Brasil y Rusia elevaría el riesgo político en mercados emergentes y amenazaría la seguridad global. Las partes más hambrientas de África, por ejemplo, son áreas de desastre permanente y terreno fértil para el surgimiento de extremismos.
Pero políticas oficiales que alientan la planificación de cultivos a corto plazo y la falta de rotación con el maíz -algo imprescindible para mantener los nutrientes en la tierra- están oscureciendo el horizonte para los inversores.
“Los rendimientos de soja están congelados y los márgenes de ganancia están siendo erosionados por los costos”, dijo Martín Díaz Zorita, agrónomo de la cámara de la industria de fertilizantes Fertilizar.
Desde hace una década, los rendimientos de soja están estancados en aproximadamente 2,6 toneladas por hectárea, detalló el experto, mientras que los de maíz han crecido hasta alcanzar cerca de cuatro veces esa cifra. Pero hay una trampa.
Los productores se están alejando del maíz y del trigo porque la exportación de ambos cultivos está regulada por el Gobierno con un sistema de cuotas que complica la planificación de la siembra.
Incluso con la nueva política de determinar los saldos exportables antes del inicio de la campaña, las cuotas pueden variar a lo largo de la temporada, dependiendo del estado de los cultivos y de las expectativas de demanda doméstica.
“Si las políticas gubernamentales continúan así como están, el negocio de la soja seguirá siendo estrangulado junto con el del maíz y el trigo”, dijo Díaz Zorita.
Casi el 65 por ciento de la región agrícola está sembrada con soja, mientras lo ideal sería que abarcara el 50 por ciento.
Las consecuencias del desequilibrio incluyen un aumento en los ataques de insectos y enfermedades, lo que afecta los rendimientos e hincha los costos en materia de pesticidas para los agricultores, ya golpeados por una inflación del 25 por ciento anual.
El desequilibrio se profundizaría en la próxima campaña 2013/14, ya que se espera que una cosecha récord de maíz genere una caída de los precios internacionales del cereal, lo que empujaría aún más a los productores hacia la soja.
Los límites a la exportación de cereales que aplica la Argentina están orientados a asegurar el abastecimiento doméstico de alimentos a precios accesibles. Las restricciones oficiales también empujan a los productores a sembrar soja, pese a que su exportación paga impuestos muy altos (35 por ciento).
Fuente: agromeat
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