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Las amenazas que hoy se ciernen sobre los bosques amazónicos obligan a emprender acciones que rebasen las diferencias sobre el diagnóstico de su situación.

No hay acuerdo sobre qué tanta selva amazónica se ha perdido en los últimos años a causa de la deforestación. Mientras el Ideam asegura que en el período comprendido entre el 2005 y el 2010 el país perdió el uno por ciento de sus bosques en esta región , la fundación Gaia Amazonas habla del 1,4 por ciento.

En el centro de la discusión está una zona que, como bien se sabe, es fundamental para la viabilidad del planeta como lugar habitable. No sobra recordar, una vez más, que de ella proviene el 20 por ciento del oxígeno que a diario se respira en la Tierra. Pero su importancia no se limita a su condición de pulmón del mundo. Las comunidades que la habitan son poseedoras de milenarios conocimientos sobre usos medicinales de las plantas que allí crecen y, en general, sobre la adaptación a un territorio sin romper el equilibrio que debe guardarse siempre y que reduce el riesgo de la ocurrencia de fenómenos naturales con saldo catastrófico.

La falta de consenso en las cifras animó la creación de una mesa temática, en la que tienen asiento diversas entidades que trabajan por la preservación de una selva que ocupa nada menos que el 42 por ciento del territorio nacional.

Sus miembros han dicho que, además de la citada divergencia, existen preocupantes vacíos de información sobre la situación de los ecosistemas y han señalado que es la hora en que todavía no se cuenta con una tasa anual de deforestación, pese al compromiso del Gobierno con esta tarea, refrendado con su inclusión en el actual Plan de Desarrollo.

Al no tener suficientes cifras oficiales, aseguran, no es posible llevar a cabo monitoreos periódicos que den una idea cierta de cuál es el estado de este lugar tan estratégico, hoy sujeto a presiones adicionales a la explotación maderera, como la explotación petrolera, la ampliación de la frontera agropecuaria y el desarrollo de proyectos viales, en particular cuando estas actividades se llevan a cabo de manera informal. El costo por no haberle dado a la sostenibilidad el lugar y la importancia que merece al intervenir la selva ya es enorme. Se puede ver en la disminución de la biodiversidad, la erosión de vastas zonas y en la contaminación de aguas con químicos utilizados en la agricultura.

Sin desconocer la importancia de contar con la información precisa que hoy se reclama para trazar una hoja de ruta que hace falta, hay que llamar la atención sobre lo estéril del debate en torno a una cifra –la de cuánto bosque se ha perdido–, más cuando la diferencia entre las dos aportadas no alcanza a ser significativa. La atención no debe concentrarse ahí, pues se corre el riesgo de descuidar asignaturas que hoy se asoman mucho más críticas, mientras afloran disputas que suelen ir a parar al pantano de los personalismos. Es mucho más recomendable unir esfuerzos, por ejemplo, para detener cuanto antes la tala ilegal e implementar correctivos efectivos para frenar el tráfico de madera.

Urge, igualmente, darles alternativas a los nativos que hoy viven de tumbar árboles, y no debe aplazarse más la inclusión del país en el programa Redd, que permitiría la gestión de recursos en el exterior a cambio de demostrar un cuidado óptimo de estos vitales ecosistemas.

Lo importante es que el diagnóstico, en sus líneas más generales, ya está claro y obliga a que la cuenca amazónica sea asunto prioritario. Detenerse en minucias puede llevar a que, mientras ocurren las disputas, el paciente pase de crítico a terminal.

fuente eltiempo

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