La cúpula verde en medio de su campo, justo a medio camino entre su oficina y su casa, roba su atención. Incluso agricultores de la zona peregrinan a conocerla. En San Fernando nadie había visto algo igual. En rigor, pocos han visto una construcción como esa en Chile.
Roberto Tamm, junto a Andrés, su hijo y mano derecha, llevan un año y medio trabajando en el proyecto. Y si los técnicos teutones dan luz verde a las últimas obras, los Tamm se convertirán, a partir de febrero, en uno de los primeros agricultores chilenos en vender energía a una compañía eléctrica.
La cúpula azul cubre un pozo que recibe los purines de las 1.200 vacas lecheras que hay en el fundo. A la mezcla también se agregarán los restos de la producción de manzanas, peras y kiwis del fundo. Los gases obtenidos serán inyectados en un generador eléctrico. Funcionando a plena capacidad, podrá iluminar el equivalente a 20 mil ampolletas.
Los técnicos teutones tienen la última palabra. Deben revisar los últimos trabajos encomendados, velar por el buen funcionamiento de la turbina y los sistemas de control, todos made in Germany.
Que el proyecto tenga sello alemán no es fortuito. El gobierno de ese país es un activo promotor de las energías renovables y subvenciona a sus agricultores que quieren instalar biodigestores como el de Rinconada.
Sin embargo, Roberto Tamm está en Chile. Toda la inversión necesaria ha salido de su bolsillo. Y no hablamos de poco dinero. Hasta ahora, el proyecto ha requerido $510 millones. De ahí el interés del dueño de Rinconada por comenzar a vender su electricidad.
Tamm, en todo caso, ha escrito una de las historias más innovadoras entre los fruticultores. Fundó unas de las primeras exportadoras de fruta, Frusan, en la década de los 70 y es responsable de la difusión de la producción moderna de manzanas en Chile.
Nada mal para un joven que se ganaba la vida como piloto de aviones en los años 60.
LOS PIES EN LA TIERRA
“Llevo tierra en las venas. El campo es mi pasión. Imagínese que hay registros de agricultores en mi familia desde el siglo XIV”, exclama Roberto Tamm. Desde el segundo piso de la oficina del fundo, ve pasar a trabajadores que afinan los últimos detalles para el inicio de la cosecha de manzanas.
No suelta su radiotransmisor. Cada tanto hace preguntas a los encargados, a veces lo interrumpen para consultarlo por un par de decisiones urgentes. En las 150 hectáreas del fundo Rinconada reúne dos mundos opuestos. Por un lado tiene 1.200 vacas, 600 de ellas en plena producción de leche, pero la mayor superficie está destinada a huertos de manzanas, con algo de peras y kiwis.
Si no son los camiones que constantemente entran con alimentos para las vacas, son los ajustes a las piezas de la maquinaria de la sala de procesamiento y embalaje de fruta o es la reparación de los caminos interiores.
Varias copas decoran la sala de reuniones del segundo piso, recuerdo de su gusto por los deportes automotores, que comparte con su hijo Andrés. Las fotos de algunos de sus once nietos completan el escenario.
Tamm admite que cuando joven no se le pasó por la mente terminar como agricultor, a pesar de que se había criado en el campo, en Victoria, en la actual Región de La Araucanía.
Siendo un veinteañero, ingresó a trabajar como piloto en LAN. El comienzo de los años 60 lo pilló volando en rutas nacionales y a Buenos Aires y La Paz en Boeing DC3, aviones que en ese momento eran prodigios de la tecnología.
Sin embargo, cuando completó cinco años en el aire, su papá lo llamó a tierra. Un problema de salud le dificultaba manejar el aserradero familiar y un par de campos agrícolas. Le pidió que fuera su mano derecha.
Roberto Tamm le agarró el gusto a la agricultura. Uno de sus primeros proyectos fue crear un plantel de cerdos, en el que llegó a tener 1.000 animales. “Siempre fui busquilla”, explica.
No obstante, la relación con su padre se volvió algo tirante, y una vez que él se recuperó, decidió partir con su propia aventura agrícola. A través de conocidos supo que se arrendaba el fundo Rinconada. Dicho y hecho, viajó a las cercanías de San Fernando, como el dice, “con una mano adelante y una atrás”. La zona era productora de leguminosas. Su primera decisión fue meterse en el negocio de la producción de leche, que conocía de su paso por el sur.
Su fuerte fue la producción de quesos, que partía a vender a la capital. No fue sino hasta 1971, gracias al apoyo de la Corfo, que plantó los primeros huertos de manzanos.
Para evitar en esos años el peligro de una expropiación, decidió “autoexpropiarse”: se reservó la mitad de Rinconada y el resto lo subdividió en 10 sitios que entregó a campesinos del sector. Con el paso de los años comenzó a recomprar esos minifundios, aunque no logró recuperarlos todos.
Y siguió creciendo en la producción frutícola. De hecho, en las cercanías de Rinconada maneja otros cuatro predios, tres de ellos de su propiedad. En total hoy llega a las 500 hectáreas de frutales.
Tamm no tiene empacho en reconocer que el impulso para crecer se debe a una decisión que tomó en 1978. A principios de los setenta su pasión por los automóviles lo llevó a entablar amistad con Bruno Margozzini, otro amante de las tuercas y fruticultor. Juntos corrieron en una de las grandes competencias que se hayan hecho en Chile, el gran premio de turismo carretera Arica-Puerto Montt.
“Me di cuenta de que podíamos mejorar nuestra rentabilidad como productores si nos hacíamos cargo de la comercialización. Le dije a Bruno y se entusiasmó de inmediato, lo que fue muy positivo, pues era un productor mucho mayor que yo”, recuerda.
Al grupo original se sumarían Sergio Reginato, Guillermo Junnemann y Tomás Curvi, este último luego se retiraría del proyecto. Juntos formaron la exportadora frutícola Frusan.
Y no les ha ido mal a los socios. En la última temporada, Frusan se transformó en la tercera exportadora en cuanto a volumen despachado, con 104 mil 61 toneladas. De las tres primeras -Dole, Unifrutti-, es la única propiedad ciento por ciento de agricultores chilenos.
El boom exportador de los 80 pilló a Tamm en el mejor de los escenarios, con alta demanda y controlando la venta de su fruta. Eso le permitió crecer fuertemente y llegar a la superficie actual que controla. “Reinvertí todo lo que pude”, admite.
Y proyectos para invertir no le faltaron. Instaló un packing para procesar fruta en el predio de Rinconada, junto con cámaras de frío para guardarla. De su campo la fruta sale directamente al barco rumbo al extranjero. De hecho, es uno de los pocos fruticultores que puede exportar directo a Estados Unidos.
SEÑOR MANZANA
Como fruticultor, Roberto Tamm se fue especializando en la producción de manzanas.
Aunque hay productores más grandes en Chile, Tamm se ha dado mañana para introducir nuevas variedades y tecnologías de producción. De hecho, es asiduo visitante del estado de Washington, en Estados Unidos, el corazón de la producción de manzanas de ese país.
“Soy fanático de las manzanas. Ayer me comí la primera de mi huerto para ver como estaba, y era una delicia. Es la primera fruta que come un ser humano. Son nobles, puedes guardarlas por un tiempo más largo que otras, y cuando la pruebas siempre es fresca y dulce. Es un alimento perfecto”, afirma.
Cree que Chile permite producir manzanas de calidad superior a nivel mundial. Eso sí, plantea que el área de expansión de esta fruta está al norte de la Novena Región, más que en la zona central. Está convencido de que en la medida que se regularice el acceso al agua para riego durante todo el año en zonas como Angol y Collipulli, el sur podrá crecer aún más.
Además, considera que se incrementará la demanda de la agroindustria, que utiliza las manzanas como uno de los principales insumos para jugos y postres. No se le escapa que Agrozzi ya consume 2.000 hectáreas de esa fruta para elaborar insumos para alimentos.
Del fantasma de la producción china de manzanas, vigente una década atrás, Tamm no tiene ni medio susto.
“El consumo ha crecido tanto que se están metiendo en su propio mercado. Si cada chino se comiera la mitad de una manzana, podrían dar cuenta de tres veces la producción chilena”, afirma.
FUTURO DE LA FRUTICULTURA
Mientras inspecciona las cámaras de frío de Riconada, Roberto Tamm se detiene a hablar con los técnicos que trabajan en una caseta adosada al edificio industrial.
Le anuncian que ya están prontos a terminar la instalación del nuevo equipo italiano. La última joya del empresario es un sistema que extrae casi el 100% del oxígeno de la cámara de frío. De hecho, ahora la cámara estará presurizada y habrá que entrar con máscara para poder respirar. Esa nueva tecnología permitirá alargar y mejorar el período de poscosecha de la fruta.
“Me voy a morir haciendo inversiones en el campo. Es que siempre están saliendo cosas nuevas para mejorar la producción”, explica.
Eso sí, recalca que la fruticultura vive una tormenta perfecta, por la caída del dólar y el alza de la energía y de la mano de obra. Según Tamm, los sueldos que hoy se pagan a los temporeros en Chile son similares a los que reciben los trabajadores en California. Los agricultores gringos, eso sí, tienen la ventaja de tener bajos costos de logística, por su gran mercado interno.
Según Tamm, en Chile los agricultores deben defenderse con sus propias uñas y sin apoyo del Estado o de las empresas que controlan el mercado local.
Pone el ejemplo de su lechería. En 2000 quiso escalar a la comercialización y creó Lácteos Tinguiririca. Al octavo año tuvo que vender la empresa.
“Los supermercados no nos apoyaron y los costos financieros se hicieron insostenibles”, reconoce.
Hoy vende su producción a una procesadora de la zona central y reclama que el último mes el pago no le dio para cubrir los costos de producción. Su cálculo es que estuvo 5% bajo la línea de flotación.
Sin embargo, Tamm insiste en seguir adelante, como lo refleja su nueva inversión en el biodigestor.
“Creo que los agricultores podemos hacer un aporte en términos ecológicos. Obviamente, soy empresario y espero ganar dinero con la generación de electricidad, por lo menos para amortizar la inversión. Andrés, mi hijo, me metió en esto por su preocupación medioambiental. Si no procesamos los purines de las vacas, ese gas se va a la atmósfera y provoca el efecto invernadero”, remata Tamm.
Para funcionar, el biodigestor debe subir la temperatura de los desechos que entran al sistema a 36 grados para que se produzca la acción de los microorganismos que los transforman en gas metano.
El generador de electricidad tiene 280
caballos de fuerza y funcionará 8.570 horas al año.
El foso principal tiene 7,8 metros
de profundidad y 20 metros de diámetro. Su capacidad es de 2.000 metros cúbicos.
Producirá 200 kilowatts.
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