Según ha publicado el diario Las Provincias, El lobby citrícola de Sudáfrica ha incrementado notablemente sus presiones sobre los organismos de la Comisión Europea para intentar conseguir que se flexibilicen las inspecciones aplicadas a la fruta que exporta a Europa e impedir que se puedan endurecer dichos controles.
Conforme han arreciado las quejas de los productores de cítricos de la UE, denunciando la detección de plagas y enfermedades de cuarentena en cítricos importados de Sudáfrica, los productores de este país han arreciado en su presión en Bruselas.
Según funcionarios de la propia Comisión Europea y representantes de los intereses agrarios españoles, las actuaciones del lobby sudafricano llegan a rayar lo permisible, y, a menudo, la actitud de sus integrantes resulta arrogante y hasta despreciativa respecto a las protestas de los citricultores europeos, en particular los españoles.
Lo más preocupante de esta cuestión es que Sudáfrica ha sabido buscar en la UE la alianza interna del Inglaterra y Holanda. No en balde, la mayor parte de los grandes terratenientes citrícolas sudafricanos son de origen holandés o británico y mantienen sólidas relaciones comerciales con importadores de dichos países europeos.
Se trata de una situación que no es nada nueva e ilustra la falta de cohesión en la Unión Europea, con tantos intereses contrapuestos entre los países del norte y del sur.
A Holanda, Reino Unido y demás países del norte no les afectan los problemas agrícolas de España, Italia, Grecia... Al contrario, pueden ir directamente en su contra y a favor de lo propio. Las naranjas españolas les interesan si son baratas y no hay otras. Las de Sudáfrica las ven más cercanas por razón de proximidad política y comercial, que es fácil de revestir con la pátina de la solidaridad, el libre comercio, la globalización y la apertura de Europa.
Más aún, la fruta de los países de ultramar han de entrar por puertos europeos, y Holanda tiene en Rotterdam la principal puerta de llegada. Y los importadores de dichos países prefieren trabajar con mercancía que llega de lejos y que necesita de sus infraestructuras de distribución, antes que la de otro país europeo, que, por estar más cerca del destino, no precisa de las manos intermedias.
En este complicado estado, la citricultura española se afana en exigir en Bruselas que no se ceda ante las presiones sudafricanas y los inmorales apoyos internos. Se insiste en argumentar que no se está contra la libertad comercial, pero sí contra la ligereza en dejar entrar productos infectados de plagas y enfermedades que pueden dañar para siempre la propia producción europea. Y no se trata de ningún capricho, hay ejemplos notables, y la muestra de las exigencias que aplican otros países sobre las exportaciones españolas.
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