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Rata por cordero
Vendedores ambulantes. /PETER PARKS / AFP

El refrán no lo puede dejar más claro: «Los chinos comen todo lo que tiene cuatro patas y no es una mesa, y todo lo que tiene dos patas y no son sus padres». Lo dicen los propios chinos, y, aunque ellos se refieren con estas palabras a sus compatriotas de la provincia sureña de Guangdong -donde surgieron enfermedades como la de la neumonía atípica (SARS) por cocinar animales exóticos-, lo cierto es que el dicho se puede hacer extensivo a todo el país. Porque en China es imposible saber qué es lo que se come.

El último escándalo alimentario del gigante asiático ha sido superlativo. En todos los sentidos. Porque la Policía ha arrestado a 900 personas que, en más de 400 casos investigados, habían obtenido más de un millón de euros de beneficio con la venta de hasta 20.000 toneladas de carne falsa. Sí, como suena: mataban ratas y zorros y los procesaban para venderlos como cordero. La noticia saltó a la prensa hace unos días, pero la onda expansiva de esta nueva explosión de rabia colectiva sigue cobrándose víctimas. Las autoridades han clausurado en Shanghái siete puestos callejeros de cordero a la brasa y un restaurante de 'ollas calientes', un sistema en el que los comensales cuecen la carne en una sopa que hierve en la mesa.

Pero el asunto va más allá, y también está en la diana 'Little Sheep' (la pequeña ovejita) una importante cadena de Yum Foods, el gigante estadounidense que controla marcas como Pizza Hut o KFC. El grupo asegura que ninguna de sus 450 franquicias se ha visto afectada por el escándalo, pero los chinos ya no se fían ni de su sombra. «Hoy es el cordero, mañana el cerdo y pasado las sandías», se lamenta un ama de casa de la capital económica de China que reconoce no saber «qué se puede comprar».

Huevos de silicona

No es para menos. En el último lustro la opinión pública se ha visto sobresaltada por multitud de casos que coquetean con lo surrealista. Hubo sandías que explotaban en la propia huerta, carne de cerdo iridiscente que emitía luz en la oscuridad, huevos de silicona que botaban como pelotas de ping pong, fresas pintadas de rojo intenso para que parecieran más apetitosas, y aceite reciclado de alcantarillas que se utilizaba en las cocinas de restaurantes en los que la ética brillaba por su ausencia.

De hecho, es esa falta de valores, provocada por un exceso de amor al dinero y un control escaso, lo que muchos expertos consideran que está en la raíz de esta larga lista de despropósitos. «La enseñanza deja a un lado el decálogo del buen ciudadano, y la sociedad está excesivamente centrada en hacer dinero. A costa de lo que sea, y sin tener en cuenta las trágicas consecuencias que pueden tener acciones temerarias como las que están saliendo a la luz», cuenta el sociólogo de la Universidad de Fudan, en Shanghái, Xu Anqi.

De hecho, en 2008, la muerte de seis bebés y la intoxicación de unos 300.000 más se convirtieron en el suceso que dejó en evidencia, por primera vez, la total carencia de ética de la industria alimentaria china. Porque fue nada menos que la leche en polvo para bebés la que había sido adulterada con melamina, una sustancia química, utilizada entre otras cosas para fabricar platos de plástico, que, mezclada con la leche conseguía aumentar el contenido proteínico en las pruebas de laboratorio. Desde entonces, los padres no se fían y la venta de leche importada se ha disparado.

Tal magnitud ha adquirido el asunto que Hong Kong, la excolonia británica que mantiene un estatus especial aunque fue devuelta a China en 1997, ha introducido restricciones a la cantidad de leche en polvo que pueden comprar los compatriotas residentes en otros lugares. Se pretende evitar así la exportación ilegal y el desabastecimiento local. Y a quienes superan la cuota se les arresta y multa sin contemplaciones.

Pero el problema más importante está en que ni siquiera los productores de alimentos más honestos son capaces de asegurar que lo que venden es sano. Porque la contaminación del suelo en China es tan grave -de hecho se mantiene como secreto de Estado- que ni siquiera los productos ecológicos están libres de tóxicos como metales pesados. De hecho, diferentes estudios han revelado que el 10% del arroz que se consume en el país tiene exceso de cadmio, y que un tercio de los productos con harina de la ciudad de Shenzhen sobrepasan los niveles máximos de aluminio. Al final, va a ser buena la idea que expresa un usuario de Weibo, el Twitter chino: «Lo mejor será que nos alimentemos por sonda».

Fuente: diariovasco

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