Como en el comportamiento de la naturaleza nada es casual, ahora sabemos que el uso de ciertos plaguicidas es el que causa una preocupante disminución de las abejas, con la gravísima repercusión que ello tiene no ya en la industria de la miel y derivados sino, sobre todo, en las consecuencias que dicha pandemia supone en los cultivos agrarios (22.000 millones de euros al año es el valor estimado de la polinización en la UE, donde el 84 % de los 264 principales cultivos dependen de dicha función animal, sobre todo abejas, según dice Ambientum).
Para frenar las consecuencias de esa mortandad acaba de crearse la Red para la Prohibición de los Plaguizidas Neurotóxicos, en la que figura la Sociedad Galega de Apicultura, en defensa de sus legítimos intereses. Falta que las autoridades comunitarias lleven adelante, como sopesan, la prohibición de algunas de esas sustancias tóxicas.
Pero no es éste el único caso de una lenta pero incesante contaminación de consecuencias aún impredecibles y que sí da ya sus primeros signos de alerta. En Galicia hay algún río que se queda sin oxígeno en varias épocas del año por la afluencia a su cauce de plaguicidas y herboricidas. La otra parte se queda en lo que comemos.
Fuente: elcorreogallego.es
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