En agosto de 2012 volvieron a saltar todas las alarmas, la superficie de hielo en el océano Ártico ocupaba su mínima extensión desde que comenzaron a realizarse las primeras observaciones por satélite, en 1979, y superaba ampliamente su récord anterior registrado en 2007. En el otro extremo del planeta, sobre todo en áreas como la Península Antártica, el incremento de las temperaturas también está afectando a la cubierta de hielo marino, favoreciendo la desintegración de las plataformas heladas. Estos cambios, indicadores visibles y palpables del cambio climático, parecen ir más rápido en los polos.
El Ártico y la Ántártida están experimentando un notable calentamiento, mientras que en el resto del mundo se ha registrado un aumento promedio de temperatura de 0,5 °C desde 1950, en estas dos regiones el incremento es de 1,5 °C. Las consecuencias tienen importantes repercusiones a todos los niveles y, sin duda, se traducirán en grandes impactos biológicos. Pero ¿serán similares en ambos polos?
Un estudio realizado por el Laboratorio Internacional en Cambio Global (LINCGlobal) y liderado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha analizado las relaciones tróficas entre 145 especies árticas y 586 antárticas y pone de manifiesto que, a pesar de tratarse de dos ecosistemas parecidos, los efectos del calentamiento global en la biodiversidad podrán sentirse de forma muy diferente.
En el norte el retroceso del hielo está acabando con el hábitat natural del oso polar, su hogar se funde literalmente bajo sus patas y las fotografías de estos animales aferrados a mínimos témpanos de hielo han dado la vuelta al mundo convirtiéndolos en un símbolo del calentamiento global. En este caso, la imagen no se aleja mucho de la realidad porque la desaparición del oso polar no supone solo la desaparición de una especie sino un cambio para todas las que interactúan con ella y con las que está relacionada por complejas redes de interdependencia.
«Hasta hace poco, los biólogos estudiaban el impacto del cambio climático en una especie individual, como podía ser el krill en la Antártida o el oso en el Ártico», explica Charles Santana, investigador del IMEDEA (CSIC-UIB) y uno de los autores de este trabajo. «Pero sabemos que lo que sucede a una acaba afectando a todas las demás y este estudio se puede llevar a cabo con redes tróficas (quién se come a quién). La pregunta sería ¿qué pasaría a todas a partir de lo que le suceda a una?».
El ecosistema Ártico, que cuenta con mayor número de especies depredadoras, es más susceptible a las perturbaciones que afectan a los niveles superiores de la cadena trófica (osos polares, ballenas). Por el contrario, en el Ártico, aparece el efecto inverso. Este ecosistema presenta un mayor número de especies presa por cada especie predadora y es más sensible a los cambios que se producen en los niveles inferiores, donde pequeños crustáceos, como el krill ‘Euphausia superba’, son el alimento de muchos depredadores.
Robustez de las redes
El calentamiento global y la intervención humana parecen estar afectando justamente a las dos partes más sensibles de estas dos redes tróficas; a los grandes predadores en el Ártico y a los pequeños organismos, presas de otras muchas especies, en la Antártida.
Cuando se dibujan las redes tróficas con sus nodos –cada nodo una especie– y se trazan las líneas entre ellos –relaciones de predación– , la que representa a la Antártida tiene forma de una pirámide normal y la del Ártico, invertida. La imagen da una idea de los dos ecosistemas, en el primero hay más recursos que predadores y el segundo sucede todo lo contrario.
En principio, al tener una forma de pirámide invertida, la red ártica parece menos robusta que la antártica y sería más sensible a lo que se denomina cascada trófica –una serie de efectos indirectos y amplificados que ejercen los animales que se encuentran en lo alto de la cadena alimenticia sobre los organismos situados en los niveles inferiores–. Pero, según Santana, no pueden afirmarlo tajantemente. «Este estudio es una primera fotografía de las relaciones en la que mostramos sus características, y unas son favorables a la robustez y otras no».
«En una red el grado de una especie indica el número de presas y depredadores que tiene», informa Santana. «Una especie con un solo depredador y una presa es de grado dos, pero si tiene 40 depredadores y 10 presas su grado es 50. Es lógico pensar que cuanto mayor es su grado mayor es su importancia para el ecosistema y si algo le sucediera su impacto en toda la red sería enorme. En el caso de la Antártida existen algunas especies con un grado muy alto, y una de ellas es el krill. Esta característica hace que, aunque en principio la red sea más robusta, sería muy sensible a su pérdida».
Además, este estudio señala que la red trófica ártica está más conectada y tiene más especies omnívoras que la antártica –80,71% frente al 41,13%–, lo que hace que sea más resistente frente a perturbaciones como la extinción y la invasión de especies.
Investigación interdisciplinar
¿Cómo afecta la extinción funcional de una especie al resto? ¿Hay especies más importantes para la estabilidad y persistencia de un sistema? Estas son algunas de las preguntas para las que busca respuesta este trabajo. Su enfoque, basado en la teoría de redes, ha pasado de estudiar la biodiversidad como número de especies que habitan en un ecosistema a investigar las interacciones que se producen entre ellas para, posteriormente, poder identificar qué papel desempeñan.
Este tipo de investigación interdisciplinar, que reúne ecólogos, matemáticos, biólogos oceanógrafos e informáticos, entre otras disciplinas, permite integrar distintas aproximaciones, desde los trabajos de campo al análisis de grandes bases de datos, para conseguir una imagen global a partir de la que se puedan realizar predicciones ¿Qué pasaría si ?
Fuente: elmundo.es
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