Los ecólogos sabemos desde hace tiempo que la heterogeneidad del hábitat es uno de los principales mecanismos para generar biodiversidad. En consecuencia, cualquier proceso que homogenice la última reducirá la primera. Si nadie cuestiona tal hecho en los ecosistemas naturales, si en ausencia de perturbaciones los más diversos acaecen en los territorios de mayor heterogeneidad de hábitats (suelos, relieve, clima, litología, etc.), ¿Porque no iba a ocurrir lo mismo en los ecosistemas agrarios o agroecosistemas? Obviamente, ya nadie duda que la agricultura industrial, tendente a la homogeneización de paisajes y hábitats, ha causado, desde la revolución verde (década de 1960), un drástica pérdida de biodiversidad en los ecosistemas agrarios. En consecuencia, la noticia que os ofrecemos hoy no aporta novedad alguna, si bien vuelve a recordarnos los peligros de continuar con políticas agrarias irresponsables, como la creación de amplias extensiones para el cultivo de biocombustibles agroenergéticos.
Ya en algunos países excomunistas europeos se utilizaba el índice de Shannon (el algoritmo más usado por ecólogos y edafólogos a la hora de la cuantificación de la biodiversidad y edafodiversidad), con vistas a detectar, justamente lo contrario que buscamos ahora. Ellos pretendían localizar zonas homogéneas respecto a tipos de suelos para la puesta en cultivo de grandes extensiones de terreno con una misma planta. Y cuando era posible y necesario se actuaba sobre la diversidad edáfica para erradicarla o disminuirla, en la medida de lo posible. Tal práctica da cuenta del palmario atentado contra el medio ambiente de políticas cegatas que soslayaron estudiar las bondades de los conocimientos campesinos tradicionales. Y así hoy padecemos una biodiversidad agraria pobre, así como ambientes altamente contaminados, por los elevadísimos insumos de fertilizantes minerales y plaguicidas. La Revolución Verde devino en una gran catástrofe biosférica en tal solo veinte o treinta años. Con anterioridad a la década aludida, los paisajes agrarios de Europa y EE.UU., entre otros, eran mucho más variados, diversos, saludables y bellos.
Lamentablemente, la literatura científica a este respecto, soslaya todo conocimiento sobre el tema no escrito en la lengua del imperio. Existen numerosos estudios en español y francés (entre otros idiomas) que denunciaban y daban cuenta de este crimen ecológico, prácticamente desde que se inició la susodicha Revolución Verde, como los de nuestro admirado Pedro Montserrat y Recoder. Lamentablemente la estulticia de los imperios, la ignorancia de muchos de sus súbditos (incluidos numerosos jóvenes investigadores europeos allí formados), así como el desinterés mostrado por nosotros mismos a la hora de reactivar y “obligar a recordar” aquellas escuelas que nos son propias, se han reducido en que aparezcan artículos como el que mostramos hoy.
Lo peor de todo este asunto es que la agronomía nacida y/o estimulada por el capitalismo neoliberal insiste una y otra vez en tal tipo de sistemas agrarios, que debieran entenderse como “terrorismo ambiental”, científicamente demostrado. Ya analizaremos en otro post, que editaremos a la mayor brevedad posible, tal execrable modo de proceder que coloca la agronomía contemporánea en una disyuntiva de no retorno: Dos agronomías, dos futuros. La primera posibilidad sería devastadora al amparo de los tocagenes, multinacionales y sus transgénicos (comida para hoy, hambre, degradación y salud pública arrebatada para mañana). La segunda conduciría al ser humano por los senderos de la razón y el sentido común.
fuente: madrimasd.org
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