Desde siempre el ser humano ha intentado comprender y controlar todo. A diferencia del resto de seres que habitan el planeta, esa inquietud, ha provocado que trate de domesticar todo lo que le rodea para aprovechamiento propio. Así, cultiva, cría animales y modifica el entorno a su antojo desde hace milenios.
Pero hace relativamente poco, para la historia de la humanidad, con el surgimiento de las empresas, se ha pasado de una estructura económica familiar integrada en el hogar, a una industrial formada al margen de este. El individuo dejó de formar parte de un núcleo más o menos reducido de producción donde todos eran familiares, amigos o conocidos, que trabajaban para subsistir y producir excedentes que le asegurasen la manutención del año siguiente. Y, comenzó a formar núcleos más grandes, donde los individuos no tenían por qué conocerse donde la mayor parte de las horas trabajadas sirven para poder consumir nuevas necesidades creadas y no solamente para asegurarse la propia subsistencia.
Poco a poco, las empresas aunque formadas por seres humanos, han ido adquiriendo una “mente propia” que podríamos llamar “mente empresarial”, con la que han ido sustituyendo al individuo por el conjunto. Lo cual ha propiciado la pérdida de identidad de muchos individuos y que esta sea utilizada por las empresas, en beneficio propio.
A medida que las conductas humanas se han ido adaptando a esa nueva forma de vida, las empresas han diseñado nuevas necesidades antes inexistentes. Estas además, han sabido utilizar la falta de identidad y la necesidad humana a sentirse integrado y aceptado por una “tribu” o grupo, para hacer de ellos unos factores de producción más, haciéndoles creer que son la misma cosa (individuo es a la empresa, lo que la empresa es a individuo).
Poco a poco, todos los individuos de una sociedad mayoritariamente agrícola y familiar, han ido pasando a formar parte de grupos industriales cada vez más grandes, que parecían colmar todas las necesidades humanas.
Hace unos años comenzó el éxodo rural y con ello una nueva oportunidad de negocio para muchas empresas. Con el despoblamiento del entorno rural, cada vez serían menos las personas dedicadas a las labores agrícolas. Con lo cual, grandes extensiones de tierra cultivable pasaban a estar disponibles y, junto a la escasez de mano de obra agrícola, las pocas personas que se dedicaban a su explotación, necesitaban un mayor número de maquinaria más grande, que la propia industria podría proporcionar. Así, los pocos que quedaban, entre ayudas institucionales (subvenciones, exenciones fiscales, etc) y créditos bancarios, entraron a formar parte de la vorágine industrial sin apenas darse cuenta. Estos pasaron, en pocos años, a ser un simple eslabón de la cadena de producción, de grandes multinacionales o empresas en forma de cooperativa que trabajan para las primeras. Por lo que, de producir y comercializar sus productos sobre los que tenían todo el control, pasaron a producir y comercializar los productos de otros, con las herramientas que estos les proporcionaban, a los precios que estos le establecían. Con dicha actividad, han ido obteniendo tenues beneficios, que eran compensados con las ayudas y subvenciones institucionales.
En las últimas décadas se ha unido el desinterés social por la agricultura (ayudado en gran medida por los sistemas educativos actuales -muchos niños no saben ni de dónde sale una patata-), lo cual ha propiciado que el mercado agrícola se haya establecido entorno a unas cuantas firmas de producción y distribución de productos, donde priman los beneficios en la venta, por encima de la verdadera calidad del producto o el impacto sobre el medio ambiente y los seres.
En este juego, el que menos gana es el propio agricultor, que es quien realmente cultiva y produce el elemento comercializado. Pero los últimos años han demostrado que tampoco gana mucho el consumidor, puesto que los precios de los productos de alta calidad no han ido a la baja y muchos de los consumidores no pueden acceder a productos de una calidad aceptable a precios razonables.
Los márgenes de beneficio excesivamente elevados en la distribución y los sistemas de produción externalizada de las empresas, han producido un terrible efecto sobre la oferta de productos, tema que trataré en otro momento, puesto que cada vez son menos agricultores los que cultivan la variedad de especies autóctonas, debido al abandono contínuo de las especies “menos rentables” económicamente, por especies de fácil y rentable cultivo, en la mayoría diseñadas en laboratorio por grandes firmas.
Pero ello, es reversible manteniéndose al margen de las grandes multinacionales. Nace la necesidad de crear lazos entre las partes implicadas. Puentes entre los consumidores y productores que permitan desarrollar una agricultura ética, sostenible, enfocada al desarrollo humano y de nuestro planeta.
Fuente: ecoagricultor.com
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