AGRO 2.0

El pulso entre los enemigos y los defensores del lobo ha alcanzado en Ávila una intensidad desconocida desde hace décadas, con una declaración oficial que pide una provincia “libre de lobos”.

Una loba madre saca a una de sus crías al sol.

La fotografía que ilustra esta información es de archivo.
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El lobo ibérico es una herida siempre abierta en el mundo rural. Perseguido hasta quedar al borde de la extinción en los años 70, las leyes modernas de conservación impulsadas desde Europa permitieron de nuevo la expansión de la especie hacia zonas donde fue exterminado. Desde principios del 2013, el conflicto social que acompaña a la especie ha llegado a niveles extremos en Ávila. Sus detractores han conseguido que la Diputación pida una provincia “libre de lobos” y sus defensores han reunido más de 130.000 firmas en contra de esa declaración, un apoyo inaudito para una especie amenazada en España.
En Navalacruz, un pueblo de la sierra de Ávila con menos de trescientos habitantes, el ganadero Emiliano Casillas sube cada día al monte a echar un vistazo a sus vacas. Desde hace dos años, la visita matinal es obligada porque tiene otros animales que atender: los dos mastines leoneses que protegen su ganado del lobo. “Comen más que una vaca, cuesta su sacrificio, su dinero y no es cosa fácil”, dice Emiliano, que decidió hacerse con los mastines después de sufrir dos ataques. La Junta de Castilla y León le dio una cachorra, y fue a León a comprar otros dos “por una fortuna, 650 euros el perro y 500 la perra”. Él mismo se ocupó de la difícil tarea de adiestrarlos –hasta que se acostumbraron, las vacas mataron a una de las perras- y aunque suele decirse que los mastines no sirven para el ganado vacuno, no ha vuelto a tener problemas con el lobo. “Los perros no son ningún milagro, pero al lado han atacado y han matado, y a mis vacas nada”, asegura.

Los mastines de Emiliano son la respuesta a una situación que, según las organizaciones agrarias, se ha vuelto insoportable para los ganaderos. A finales del 2012, la “Alianza por la unidad del campo”, formada por los sindicatos UPA y COAG, impulsó una moción para instar a la Junta a declarar la provincia “tierra libre de lobos”. Pero esta vez no son sólo los ganaderos los que piden echar al lobo de Ávila, pues al acuerdo ya se han sumado la Diputación provincial y casi 100 municipios abulenses. Un acuerdo sobre el que ha abierto diligencias la Fiscalía y que ha llegado hasta Bruselas: el comisario de medio ambiente europeo, Janez Potočnik, escribió en su perfil de Facebook que “la Comisión seguirá de cerca este asunto y tomará todas las medidas necesarias para garantizar que la legislación ambiental sea respetada”.

“No queremos matarlos a todos, queremos que Ávila sea una zona libre de lobos”, dice el responsable de ganadería de UPA-Ávila, Jesús González. Según González, “la presencia del lobo es totalmente incompatible con la ganadería extensiva”, en la que las vacas pastan libremente por grandes extensiones. “El lobo debe estar donde pueda convivir con los ganaderos. Y si se tiene que cambiar la ley, que se cambie”, afirma.
La ley a la que se refiere González es la Directiva Hábitats de la Unión Europea, aprobada en el año 1992 para proteger la frágil biodiversidad de los países comunitarios. Según establece la directiva, el Canis lupus es una especie cinegética al norte del Duero, pero al sur está “estrictamente protegido”, al mismo nivel que el oso pardo o el lince ibérico. La Junta de Castilla y León también ha intentado extender la caza del lobo al sur del Duero. En 2008 se aprobó el “Plan de gestión y conservación del lobo ibérico”, que permitía el control cinegético al sur del Duero, pero primero el Tribunal Superior de la comunidad, y ahora el Supremo, anularon el plan por vulnerar la normativa comunitaria. El año pasado el ministro Arias Cañete pidió a la Comisión Europea, sin éxito, que cambiara el estatus de protección del cánido.
Joaquín Antonio Pino, el presidente de la ASAJA-Ávila, era uno de los que pedían catalogar al lobo como especie cinegética al sur del Duero, pero ha decidido adoptar una postura más práctica. “Nos guste más o nos guste menos, el lobo va a estar en Ávila, porque lo protegen unas leyes que no van a cambiar”, asegura. Así que su asociación ha optado por dejar de “crear falsas expectativas a los ganaderos con demagogia”, como hacen, según Pino, los que piden una provincia “libre de lobos”. Ahora buscan soluciones con un proyecto, financiado por la Fundación Biodiversidad, que pretende disminuir los ataques de lobos. En una primera fase, están repartiendo cachorros de mastín e iniciando algunas experiencias piloto con vallas electrificadas.

El proyecto de Asaja ha recibido duras críticas de las otras organizaciones agrarias, que no creen que las medidas de prevención sirvan para el ganado vacuno en extensivo y les acusan de traicionar a los ganaderos. También de algunos ecologistas, ya que hasta ahora la organización rechazaba tanto al lobo como la que más. “Si esa gente nos ataca es que vamos por el buen camino. Es más fácil convocar una rueda de prensa y vivir de la demagogia, vivir del cuento, nosotros trabajamos para buscar soluciones”, responde el presidente de Asaja.
Pino destaca que la acogida del proyecto entre los ganaderos “es muy buena”, y asegura que aunque “donde haya lobos, seguirá habiendo ataques”, las explotaciones con medidas los sufren menos. Y saca una cuestión que está en el centro del debate del lobo: las indemnizaciones. En Castilla y León, al contrario de lo que pasa en otras comunidades, quien quiera estar cubierto ante posibles daños debe contratar un seguro. Pero los ganaderos reclaman que, al estar el lobo protegido al sur del Duero, la administración debe compensar por las pérdidas que cause la especie, “rápida, directa y adecuadamente”. “Si la sociedad quiere fauna salvaje, que pague los daños a los ganaderos”, reclama Pino.

Los defensores del lobo señalan, en cambio, que las quejas del sector ganadero por los daños son exageradas. “Los ataques a la ganadería son un problema y no se trata de minimizar sus efectos, pero hay que reflejarlos en su justa medida. Las bajas como consecuencia de la mortalidad natural de las reses suponen entre el 2 y el 5% del conjunto de la cabaña ganadera. El lobo afecta a menos del 1% de la cabaña ganadera
en cualquier lugar del mundo donde hay lobos y ganado en extensivo”, dice el investigador de la Estación Biológica de Doñana (CSIC) Jorge Echegaray. “Y eso, asumiendo que todos los ataques atribuidos al lobo son obra de lobos”, apunta Echegaray. El biólogo es coautor de un estudio del CSIC, realizado en País Vasco y Burgos, que demostró, mediante el análisis genético de excrementos, que los perros consumen habitualmente ganado doméstico en zonas con muchos ataques.

Pero incluso asumiendo que todos los ataques son de lobos, ¿cuál es la magnitud del problema en Ávila? Según UPA y Coag, en el año 2012 los lobos mataron 410 animales en 360 ataques, con unas pérdidas económicas de unos 185.000 euros. Cifras que, para los defensores del lobo, son insignificantes teniendo en cuenta las millonarias subvenciones europeas que recibe el sector. “Estas ayudas llevan asociadas un compromiso de sostenibilidad ambiental, que ha de incluir al lobo, al ser una especie clave en el funcionamiento natural de los ecosistemas”, dice Echegaray.
Los ganaderos defienden que los datos reales son mayores, y recuerdan que no sólo pierden por cada animal muerto, también por los daños colaterales, por los animales que abortan o dejan de dar leche por el estrés del ataque, por ejemplo. “Además es por el sinvivir. Vas por la mañana a ver el ganado y vas pensando si habrá matado algún animal el lobo”, dice el presidente de la Cámara Agraria de Ávila, Jesús Muñoz. Emiliano Casillas también lamenta el esfuerzo adicional que supone vivir de la ganadería en territorio lobero. Y resume un sentimiento muy extendido entre los ganaderos: “antes podías estar tranquilo”.

Antes, cuando no había lobos. Por su papel como gran depredador, el cánido siempre ha sido perseguido implacablemente por el ser humano. A principios del siglo XX, los lobos aún ocupaban prácticamente toda la Península Ibérica, pero su persecución sistemática los dejó al borde de la desaparición en los años 70, acantonados en las montañas del noroeste y en Sierra Morena. La hemeroteca guarda muchas historias de esos años de exterminio, que alcanzaron su cénit con las llamadas “Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos”. Un artículo en el ABC del 15 de febrero de 1949 celebra el exitoso trabajo de la junta de Ávila, que la temporada anterior acabó con 46 lobos, y da cuenta de la ceremonia de entrega de premios: el primero recayó sobre Marcelino Soriano, un habitante de Peguerinos que mató siete de las odiadas alimañas.

En Ávila, la labor exterminadora concluyó con éxito a finales de los años 60, y los ganaderos olvidaron que vivían en tierra de lobos. Hasta que la relajación de la persecución directa y el progresivo abandono del medio rural, que implica un aumento de las presas naturales del lobo, como el corzo o el jabalí, permitieron a la especie recolonizar sus antiguos territorios al sur del Duero. “Confirmamos la primera reproducción de la especie en la provincia entre el año 2000 y 2001”, dice el coordinador de la Patrulla de seguimiento de fauna de Ávila, Nicolás González. Ahora viven en Ávila entre cuatro y seis manadas, con entre cinco y diez ejemplares cada una, según los datos de la Junta.
Para González, la presencia del lobo en Ávila es “un lujo natural por el que hay que pagar un peaje”: el conflicto con los ganaderos, que en su opinión está muy exagerado. A González le toca “hacer encaje de bolillos” para mantener la frágil convivencia entre lobos y ganadería extensiva. Y para ello la Junta autoriza, “como medida excepcional ante daños al ganado”, el control poblacional: entre 2007 y 2013, la patrulla ha matado siete lobos.

“Ni es un drama que muera algún animal doméstico, ni es un drama si hay que controlar algún lobo”, sostiene González. Sobre el recrudecimiento del conflicto entre detractores y defensores, González dice que “todo en el lobo se exagera, tanto los que sufren los daños como los que abogan por una protección a ultranza de la especie. Estamos acostumbrados a este ruido, aunque cada vez hay más, porque se sacan las cosas de quicio, cosa que no es buena para el lobo”.

Pero ruido en defensa del lobo es precisamente lo que quiere hacer el naturalista y director de documentales Luis Miguel Domínguez. El movimiento que lidera, “Lobo Marley”, ha conseguido más de 130.000 firmas digitales para “evitar el exterminio del lobo en Ávila”. Domínguez dice que les ha tocado salir a la palestra porque desde los años de Félix Rodríguez de la Fuente no se había visto un odio tan virulento contra la especie. Una virulencia injustificada, según el naturalista, que demuestra que el lobo es un “chivo expiatorio” de las organizaciones agrarias. “¿Tú crees que el campo abulense no tienen mayores problemas que el lobo? Su lobo de verdad está en el mercado, en el precio de su leche, de su carne”.
Además, Domínguez critica que toda la gestión de la especie gire en torno a un único sector económico, la ganadería, e ignore a otros como el ecoturismo, que pueden beneficiarse de la gran atracción que sienten por el lobo muchos amantes de la naturaleza: en la zamorana Sierra de la Culebra, el lugar con más lobos de la Península, el turismo lobero supone unos ingresos de 500.000 euros anuales.
Frente a ese modelo, dice Domínguez, las administraciones optan por “seguir machacando al lobo” y excluyen a los científicos de la gestión de la especie. Científicos como Jorge Echegaray, que defienden que, a falta de censos nacionales que evalúen con rigor el estado de sus poblaciones (el último se realizó en 1988), la especie no está tan recuperada como quieren hacer ver algunos. Para Echegaray, la conservación a largo plazo del lobo ibérico “está en entredicho” por la elevada mortalidad no natural causada por el ser humano y por la disparidad en su gestión.
“Al menos 500 adultos reproductores en 254 manadas existen en toda la Península Ibérica, lo cual constituye un indicador de su precariedad poblacional. Cuenta con un estatus poblacional similar al de la amenazada y estrictamente protegida águila imperial ibérica, pero su gestión es totalmente opuesta”, dice Echegaray.

Pero el lobo, a su pesar, no es un águila. “El conflicto del lobo no tiene soluciones definitivas. Se podrá mejorar la convivencia, pero donde haya lobos y ganadería extensiva, habrá conflicto”, afirma Nicolás González. “¿Cuándo terminará la guerra
entre el hombre y el lobo?”, se preguntaba Félix Rodríguez de la Fuente en los años 70. Su pregunta, en Ávila y en todas partes, sigue tan abierta como siempre.

Nota: Mejor reportaje escrito en tema medioambiental en el Premio P...

fuente: efeverde

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