Aunque son parte de una generación asociada a la comida chatarra, un grupo de chicos de 20 difunde una sana alternativa
Tienen alrededor de veinte años y llegaron al mundo de lo orgánico por diversos motivos: algunos por problemas de salud, otros por la diferencia del sabor que ofrecen los alimentos producidos naturalmente, y hay quienes aseguran que fue por pura consciencia ambiental. En medio de una generación asociada en general a la comida chatarra, los integrantes del Movimiento Juvenil Orgánico de La Plata, más que una rareza, parecen ser la punta de lanza de un cultura que lentamente comienza a emerger, pero además busca abrirse camino.
De hecho, lo que une a los integrantes de este Movimiento Juvenil es tanto su preferencia por los productos orgánicos como su interés por difundirlos. “Va más allá de una forma de comer -explica Nicolás Fernández-. Al consumir alimentos sin aditivos químicos no sólo cuidás tu salud: también ayudás a proteger el mundo en que vivimos. Por eso es que queremos compartir nuestra experiencia con otros chicos a través de charlas en escuelas y clubes”, dice
Nicolás, que tiene 19 años y vive con su familia en Tolosa, cuenta que conoció los productos orgánicos un poco por casualidad. Hace dos años, después de que una vecina le hablara de la yerba orgánica decidió probarla y terminó adoptándola porque no sólo le parecía más rica sino que nunca le provocaba acidez. Lo cierto es que un día comenzó a acompañar sus mates orgánicos con azúcar de caña y así fue incorporando a su dieta otros alimentos naturales que jamás se había imaginado que iba a comer; entre ellos, “milanesas de mijo y quinoa”.
“Es muy común que la gente se enganche con los productos orgánicos por el sabor: su sabor no tiene nada que ver con lo que conocemos”, asegura Nicolás Curubeto, quien aclara sin embargo que no fue ése su caso. “Yo venía con una enfermedad renal desde chico y en mi adolescencia tuve que bajar el consumo de sal. El problema es que eso implicaba olvidarme de casi todos los productos industrializados. Y como me gusta mucho comer, empecé a cocinar y a buscarle la vuelta consumiendo productos naturales”, cuenta.
Además de aprender a prepararse hasta su propia mostaza casera, Nicolás Curubeto, que tiene veinte años y estudia Ingeniería en Alimentos, comenzó a interesarse cada vez más “en la parte que nadie cuenta de la industria alimentaria: la enorme cantidad de aditivos químicos que se utilizan hoy para conservar los productos que comemos y hacer que nos gusten más”, dice.
Tanto se entusiasmó Nicolás con los productos orgánicos que el año pasado resolvió comenzar a abastecerse a sí mismo. Con la ayuda de su abuelo que tiene experiencia en horticultura, convirtió el jardín de su casa en una huerta orgánica de la que hoy extrae lechugas, acelgas, tomates, perejil, zanahorias, puerros, cebollas, frutillas y diversas plantas aromáticas. “Al principio mi vieja me quería matar porque le encantan las flores, pero ahora todos comemos de ahí”, confiesa él.
CUESTION DE GUSTOS E IDEAS
“Los sabores de los alimentos orgánicos son muy distintos a los de los alimentos industrializados. Son tan distintos que incluso al principio hasta te pueden resultar un poco raros, pero ésos son en realidad los verdaderos sabores, los que todo el mundo conocía antes de que el hombre comenzara a meter tanta mano”, dice Pablo Lupi, otro integrante del Movimiento Orgánico que tomó contacto con estos productos al empezar a trabajar en un negocio del rubro y asegura que para él “fue como descubrir un mundo nuevo”.
Lo mismo señala Luis Sierra Savid, propietario del Bioalmacén San José, una distribuidora de Tolosa que se dedica exclusivamente a productos orgánicos certificados. “A lo largo de los años la gente se ha acostumbrado a consumir algo que se parece a la leche, pero que no es exactamente leche; a comer tomates sin gusto y un montón de otros productos con sabores que cada vez se parecen menos a los originales. Por eso es que cuando probás un producto orgánico su sabor te puede resultar al principio raro, pero una vez que las papilas dan ese paso ya no se sale de ahí: tu propio organismo rechaza lo químico”, asegura Luis.
Esa diferencia en los sabores, explica él, nace de los propios procesos de producción. “Al ser cultivados artesanalmente, los tomates no sólo tienen más nutrientes sino un gusto más concentrado; y lo mismo la yerba mate: cuando se la seca de manera natural sin acelerar el proceso su sabor es mas intenso. Tampoco se puede comparar el sabor de un pollo criado en una jaula con antibióticos y alimento balanceado, con el de otro al que se lo dejó suelto alimentándose de pasto y bichitos.... Y así con todo lo demás”, dice.
Pero si bien es su principal atractivo, el sabor y la calidad nutricional de los alimentos orgánicos no son los únicos beneficios que ofrece su consumo. “En general entrás por un tema de gusto o de salud y terminás descubriendo otras cosas que no son menos importantes. A mí por ejemplo me gusta el hecho de que requieren un sistema de producción a una escala más humana y en ese sentido favorecen a las pequeñas economías regionales”, destaca Nicolás Curubeto.
“En el fondo es una cuestión de supervivencia del planeta -comenta por su parte Pablo Lupi-. Porque lo cierto es que además de enfermarnos a nosotros, los agroquímicos envenenan la tierra y los ríos. Por eso es que decimos que la alimentación orgánica no es solamente una forma de comer; es también una postura frente al naturaleza”.
EL MAYOR OBSTACULO
Aun con todos los beneficios que ofrecen, los productos orgánicos encuentran por ahora un obstáculo nada desdeñable para lograr mayor popularidad en nuestro país: el bolsillo de los consumidores. Y es que al no utilizar agroquímicos, el control de plagas y el tiempo más largo de producción elevan en general su costo en no menos de un 40% con respecto a sus equivalentes industrializados.
“Si no consumo más alimentos orgánicos es porque mi situación económica no me lo permite”, admite Pablo Lupi. “Es cierto que son un poco caros, por eso no podría decir que tengo un dieta 100% orgánica”, reconoce también Nicolás Curubeto.
Para hacerse una idea de sus costos, el medio kilo de yerba orgánica cuesta alrededor de $25; el medio litro de aceite de oliva, $35, un kilo de azúcar blanca, $18; medio kilo de dulce de leche, $31; medio kilo de miel, $25; un paquete de polenta, $10, un kilo de papas, $8; un kilo de manzanas, $19, y un litro de leche, $18.
Pero “si bien son un poco más caros, hay que tener en cuenta también que los productos orgánicos rinden en general bastante más -sostiene Luis Sierra Savid-. Como posee menos agua, un litro de leche orgánica equivale a dos de la otra; los mates con yerba orgánica aguantan mucho más antes de lavarse, y si uno compra pollos pastoriles no desaprovecha nada porque no tienen grasa ni tanta agua como los otros”, asegura.
El hecho es que impulsado por una clase media que valora su valor nutricional, el consumo de productos orgánicos no ha dejado de crecer en nuestro país a lo largo de los últimos años. “Se podría decir que vienen teniendo un crecimiento lento pero sostenido”, dice Sierra Savid, quien considera que “si no se venden más es porque mucha gente no los ha probado aún”.
Pero más allá del mercado interno, la producción de carnes y alimentos orgánicos en Argentina -que es su tercer exportador mundial y el segundo con mayor cantidad de hectáreas certificadas- viene también en franco aumento. Luego de que en 2011 nuestro país alcanzara una marca histórica al vender 156 mil toneladas de productos orgánicos a Estados Unidos y la Unión Europea; el año pasado se batió un récord de alimentos certificados en el país con 3.400 toneladas de verduras, frutas, miel, yerba y aceite de oliva, entre otros productos.
fuente: eldia.com.ar
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