ESTE verano pasado, cuando apenas se cumplían cuatro años de la mayor crisis de alimentos de la historia reciente, los organismos internacionales volvieron a alzar su voz: el planeta se encontraba a las puertas de un episodio similar al de 2008. Los índices de precios del maíz, entre otros cereales, habían vuelto a ascender a niveles históricos y habían dejado a cerca de mil millones de personas al borde del hambre crónica y de la malnutrición. En esta ocasión fueron las condiciones climáticas -sequía extrema en Estados Unidos y lluvias fuera de temporada en Brasil- las responsables del despertar de esta crisis latente.
Afortunadamente, la coyuntura no ha empeorado en los últimos meses; pero el riesgo de padecer una honda crisis alimentaria sigue estando ahí. La población mundial sigue sin alejarse del borde de ese precipicio. Una realidad que no se puede perder de vista. Y menos hoy, 16 de octubre, Día Mundial de la Alimentación.
Decir que el sistema alimentario mundial actual es vulnerable no es una afirmación novedosa. No hay más que remitirse a los hechos. Nunca la producción mundial de alimentos alcanzó los volúmenes actuales y, sin embargo, el número de personas que viven en situación de vulnerabilidad ha aumentado en las últimas décadas hasta alcanzar los porcentajes más elevados de la historia. El último informe oficial sobre el hambre, publicado por la ONU la semana pasada, advierte de que 870 millones de personas sufren malnutrición crónica en el mundo. Una cifra que, si bien supone una reducción del hambre sobre años anteriores, nos lleva a hablar de una crisis alimentaria crónica.
Después de la II Guerra Mundial, se impuso un modelo de desarrollo agrario que, en muchos casos, promovió la transformación de una agricultura básicamente de subsistencia en una agricultura industrial con un alto grado de incorporación al mercado. Este cambio se basó en la utilización de semillas de alto rendimiento y la incorporación de tecnología. Se suponía que el desarrollo del comercio internacional en este ámbito iba a permitir el acceso de la globalidad a comida sana y barata. El tiempo ha demostrado que esa premisa no era correcta. El modelo productivo instaurado a nivel mundial ha provocado consecuencias poco deseables. Tanto desde el punto de vista de garantizar y respetar la seguridad y la soberanía alimentaria de los pueblos, como desde el punto de vista de la sostenibilidad.
La concentración de gran parte de la producción de productos básicos en manos de pocos productores, la dependencia de muchos países a las importaciones y la intensa presión a la que se somete a los recursos naturales, no son sino algunos ejemplos derivados del modelo dominante.
La alimentación del mundo en la actualidad depende en exceso de una agricultura industrial, intensiva en el uso de insumos -fertilizantes, semillas, combustible, maquinaria, agua, etc.- y sujeta al transporte de larga distancia. Esta vinculación es la raíz de las crisis alimentarias que se están sucediendo en los últimos años, tal y como demuestra el episodio con el que arranca este artículo. Un peligro cuya llegada, en caso de no cambiar las tendencias, se prevé cada vez más frecuente y aguda.
Según indican las previsiones, se prevé que para 2050 será necesario aumentar en un 70% la producción agrícola mundial, a fin de atender satisfactoriamente la demanda de alimentos de una población que superará los 9 mil millones de personas. Parece evidente que, para poder responder a este reto, es necesario transformar el actual modelo agrario imperante. La buena noticia es que no se precisa inventar nada nuevo, sino retomar el potencial productivo de los miles de millones de pequeños productores que practican la agricultura familiar en el mundo.
Avanzar en la consecución de la seguridad alimentaria va a depender de la creación de infraestructuras para los sistemas agrarios basados en la unidad familiar, sobre todo de transporte y almacenamiento; de una mejor organización de los agricultores; de la reestructuración de los mercados locales; del reconocimiento expreso del papel que desarrolla la mujer en la producción de alimentos; del apoyo a la implantación de los jóvenes en el sector; de mayores esfuerzos en investigación y en innovación; de una mejor regulación de los mercados de las materias primas; y de la eliminación de las ayudas a la producción de agrocombustibles, entre otras medidas.
Hoy, en el Día Mundial de la Alimentación, vuelve a ser necesario llamar a los responsables políticos y a los mandatarios de las organizaciones internacionales para que brinden un apoyo decidido a los agricultores familiares de todo el mundo. No sólo a través de declaraciones de buenas intenciones, sino con un verdadero impulso hacia la consecución de la seguridad alimentaria, la sostenibilidad y el desarrollo de los territorios rurales.
Hay mucho camino recorrido y ejemplos exitosos de cambio de prioridades políticas a favor de la agricultura familiar. Un claro ejemplo es el fomento del cooperativismo agrario que, tanto en el Norte como en el Sur, ha fomentado la articulación de pequeños productores en torno proyectos que les permiten ganar dimensión, mejorar su capacidad productiva y poder de negociación, entre otros. Algo que redunda, además, en una economía rural saludable.
Este año se celebra el Año Internacional de las Cooperativas y, precisamente, las cooperativas agrarias se erigen como el tema central del Día Mundial de la Alimentación. El exitoso modelo agrario cooperativo demuestra que sí existen enfoques diferentes para la gestión del sector.
Dentro de dos años se abrirá una nueva oportunidad para visibilizar la existencia de otras alternativas, con el Año Internacional de la Agricultura Familiar 2014 -promovido por el Foro Rural Mundial junto con 360 organizaciones agrarias de todo el mundo y declarada por la ONU en diciembre de 2011-. En esa línea, la sociedad civil se está coordinando para lograr políticas públicas que respalden el trabajo diario de los agricultores familiares. Todo ello confirma la existencia de vías para garantizar una alimentación sana para todo el mundo, opciones además respetuosas con la sostenibilidad del planeta. Caminos compartidos para alejarse del precipicio del hambre.
Fuente: noticiasdegipuzkoa.com
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