Por encima de cualquier mirada local, el desembarco de inversiones de los semilleros en Córdoba tiene motivaciones globales: la evolución de la oferta y demanda mundial de alimentos en las próximas cuatro décadas, con saltos en el consumo y restricciones cada vez más fuertes en la disponibilidad de tierras o de agua, acentúan los desafíos para la industria.
Sin una sólida pata tecnológica, se tornará imposible la misión de multiplicar la dotación de granos, carnes, lácteos o vegetales, advierten los expertos.
Así, el 70 por ciento del incremento de la producción para satisfacer la demanda mundial de alimentos deberá provenir de alguna tecnología y de mejoras en la productividad, según el diagnóstico de Dow AgroSciences. En su sede de Indianápolis (Estados Unidos), la compañía organizó la semana última un seminario sobre tendencias del mercado de commodities y de semillas y una visita para mostrar sus inversiones en investigación y desarrollo en biotecnología.
Algunas de las conclusiones extraídas de esta recorrida en la que tomó parte La Voz del Campo son para tener en cuenta entre los inversores privados y los decisores públicos.
La torta de las semillas. A nivel global, el 40 por ciento del mercado corresponde al maíz; le siguen soja, algodón, canola (colza), girasol, trigo, vegetales, flores, césped.
Alimentos versus combustibles. El salto de los granos activó un debate dormido, que continuará. En los países desarrollados (caso Europa), el mayor interés por los biocombustibles parece inclinar la balanza. Las mezclas acordadas y legisladas para bajar las emisiones y el calentamiento global están pesando mucho más que los foros en los que se debate cómo resolver el problema del hambre.
Cambio climático y presiones regulatorias. Europa no se siente con la obligación de alimentar al mundo; el ideal de sus consumidores apunta a productos orgánicos (no transgénicos). Pero la crisis actual constituye una prueba de fuego para esa tendencia, que implica menos productos a precios más altos.
Biotecnología y regulaciones ambientales. Estados Unidos apunta a un balance equilibrado, tomando en cuenta los beneficios sociales para el sector rural. Europa, con más exigencias en ecotoxicología. Brasil tiene un sistema de registros anacrónico (pretende tomar todos los estándares de Europa, pero “a la brasileña”). En un punto intermedio, Australia, Argentina y Canadá están más alineados con las normas estadounidenses.
La estrategia de un gigante. Hacia 2017, China aceptaría un maíz transgénico. Si bien hoy el coloso asiático aprueba e importa granos surgidos de la biotecnología, se reserva un arma comercial: aspira a contar con una tecnología “propia”. Científicos chinos están en los laboratorios estadounidenses. A la vez, empresas chinas buscan seducir y suman a investigadores de las multinacionales americanas.
Fuente: lavoz.com.ar
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