El agua no sólo es indispensable para vivir: es la vida. Así pues, parece razonable preocuparse por el estado actual y futuro del agua en el planeta. La palabra clave, que refleja la situación actual del agua y sus perspectivas futuras a nivel global, es la escasez.
Esta escasez es consecuencia de que el crecimiento de la economía mundial se haya multiplicado por siete en los últimos cincuenta años del siglo XX, condicionando de forma decisiva la vida de muchas personas en el siglo XXI. La aparición simultánea de un déficit de agua que aumenta con rapidez en tantos países exige un enfoque totalmente nuevo de la política hidrológica, un enfoque que no se centre en el incremento del suministro sino en la gestión de la demanda. La gestión de la escasez del agua va a afectar lo que se come, cómo se eliminan los residuos e incluso el lugar que se habita.
La explosión demográfica de las últimas décadas y las perspectivas de crecimiento de la población a corto plazo han creado una presión sobre los recursos hídricos sin precedentes en la historia de la humanidad. Tradicionalmente, se han considerado los sectores urbano, industrial y agrícola como los principales usuarios del agua. Sin embargo, en los últimos tiempos, ha emergido con fuerza otro sector que demanda parte de los recursos; se trata del sector ambiental, que ha dejado de ser residual para pasar a tener una alta prioridad. Dicha prioridad está justificada, pues la demanda ambiental no debe entenderse sólo con el objeto de preservar el entorno ya que, incluso desde un punto de vista utilitario, el ambiente juega un papel esencial en la renovación y depuración de los recursos hídricos. Para cumplir este papel, el ambiente requiere parte del recurso como cualquier otro sector. Baste señalar la magnitud de los que son problemas prioritarios en la actualidad:
En el planeta, hay mas de 1.000 millones de personas que no disponen de instalaciones para abastecerse de agua y 2.400 millones se ven privadas de acceso a sistemas de saneamiento.
El 70% del agua utilizada por la humanidad se destina a la agricultura, sobre todo al regadío.
Cada día mueren en el mundo 6.000 personas, en su mayoría niños menores de cinco años, a consecuencia de enfermedades diarreicas causadas por los problemas del agua.
Desde 1900 ha desaparecido el 50% de los humedales del mundo.
Entre 1990 y el 2001 la Tierra padeció el azote de 2.200 desastres naturales relacionados con el agua.
Hacia el año 2025, existirán 2.500 millones de personas más que hoy en día a los que habrá que abastecer y alimentar. Si continúa la tendencia a una creciente desigualdad entre países industrializados y países en desarrollo, entre ricos y pobres, como sucede entre países y dentro de cada país, se agravarán las tensiones en lo referente a la distribución de los recursos hídricos.
El agua en Latinoamérica
América Latina muestra uno de los mayores índices mundiales de consumo de agua por habitante, tanto por el uso agrícola como el uso doméstico, como por el empleo de los ríos para la generación de energía y en la explotación de otros recursos naturales.
En América Latina, un solo tramo de un río, sin hablar de su cuenca, puede ser fácilmente intervenido, por más de 150 actores diferentes, entre los cuales se deben nombrar municipios, ministerios, secretarias regionales, superintendencias, empresas públicas y usuarios, sin que ellos se comuniquen entre sí o coordinen sus acciones.
Nuevas soluciones
La creciente crisis mundial del agua amenaza la seguridad, la estabilidad y la sustentabilidad del ambiente. Esto se debe a que los problemas de este elemento esencial se relacionan con la ineficiencia, especialmente por las decisiones en materia política y tecnología. En los procesos de desarrollo de los sistemas de abastecimiento de agua, se consideró durante muchos años que la tecnología era la solución principal a los problemas, y por consiguiente era necesario transferirla de manera masiva, de los países industrializados hacia los países en desarrollo. Estas tecnologías implantadas, sin tener en cuenta las condiciones locales, fracasaron y tuvieron consecuencias funestas para la población y el ambiente. No funcionaron porque, al parecer, olvidaron que el fin último de la tecnología era que la gente la usara, que funcionara a través del tiempo y que el uso dado por las comunidades, estaba determinado por su contexto sociocultural, económico y ambiental.
En los últimos años se ha visto reforzada la convicción de que la gestión de los recursos hídricos ha de llevarse a cabo de forma integrada, de que la evaluación de los recursos es fundamental para la toma de decisiones racionales y que deben apoyarse sin reservas las capacidades nacionales para llevar a cabo las evaluaciones necesarias. Las decisiones administrativas que pretenden aliviar la pobreza, propiciar el desarrollo económico, garantizar la seguridad alimentaria y la salud de la población, así como preservar los ecosistemas vitales, deben basarse en una mayor comprensión de todos los sistemas implicados. Frente a esta situación, se ha venido trabajando en modelos de gestión del agua y saneamiento básico, teniendo en cuenta la participación de la comunidad. Este es el modelo que debe implementarse ya que se ha comprobado que la participación de la comunidad en los proyectos de desarrollo da buenos resultados, cuando la población afectada se involucra en los proyectos y se le permite contribuir con sus conocimientos a la configuración de estos, tornando el trabajo más eficaz y productivo. Al mismo tiempo, se aumenta la capacidad de los individuos para organizarse a fin de hallar soluciones a los problemas que los aquejan. Generar capacidad de gestión en las comunidades implica asumir proyectos relacionados con las problemática del agua, desde ópticas más amplias.
Hay que recuperar el valor primitivo del agua, su valor social y personal. El agua, como antaño, sigue siendo un tesoro. Un tesoro dinámico que se acrecienta con una filosofía del uso en la que participa toda la sociedad. Una filosofía del uso que se fundamenta en dos pilares: el ahorro y la progresiva disminución de la contaminación. En fin, una sociedad que se implica también gestionando adecuadamente el recurso para repartirlo con parámetros de solidaridad.
Es necesario un debate social que estimule una nueva gestión de grupo basada en una información veraz, en un diálogo continuado; que despoje al agua de unas presiones demasiado mercantilistas que impidan comprender su relevancia social. Una gestión que contemple una alternativa olvidada como es el multiuso, uso selectivo del agua, antes que su utilización indiscriminada. Una gestión que sepa que reducir el desperdicio del presente es una de las más valiosas opciones de futuro.
Sin lugar a dudas, la crisis por la que atraviesa el Planeta nos compromete a desarrollar políticas sustentables, donde el ingenio siempre abusa de la capacidad para orquestar la estrategia que nos permita adelantarnos a las consecuencias nefastas, o simplemente a sobrellevar el arqueo de la problemática ambiental.
Fuente: agronegocios
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