Una encuesta reciente del Ministerio de Agricultura constata que una amplia mayoría de los ciudadanos considera la agricultura y la ganadería no ya como un sector económico significativo, sino directamente como el mas importante de la economía española. De igual modo, el 93% de los encuestados afirma que el sector agropecuario proporciona otras contribuciones a la sociedad, más allá de la mera producción de alimentos. Estos datos nos llevan a concluir que la gente, resida en la ciudad o en el pueblo, valora en su justa medida el papel que desempeña el agricultor desde el punto de vista económico pero, no menos imperante, también desde el punto de vista económico y también desde la perspectiva social, patrimonial y medioambiental.
Entenderán que esta percepción generalizada reconforta a todas las familias que viven del campo. Nos alienta para seguir promocionando la dignificación del agricultor como el primer guardián del territorio. Naturalmente, la sociedad observa deficiencias en el sector y no duda en lamentar que la agricultura canaria les resulta anticuada, caduca y en decadencia. Sobre todo las nuevas generaciones opinan que el mundo agrícola debería modernizarse, aprovechando los avances tecnológicos que sí aprecian en otros ámbitos y teniendo siempre en cuenta el respeto al medio natural. Los agricultores, sin duda, desean dar ese paso adelante en la innovación y, por supuesto, en la sostenibilidad ambiental, pero para eso es condición sine qua non garantizar una rentabilidad digna. Y en las circunstancias actuales, caso del tomate, por ejemplo, con la competencia desleal de Marruecos, es casi imposible dar ese paso adelante en la innovación.
La reforma de la Política agrícola Común (PAC) pone el acento, precisamente, tanto en la investigación como en las políticas medioambientales. No obstante, las instituciones comunitarias no parecen avanzar en el problema capital de la crisis de rentabilidad. Y sin precios justos, todo lo demás será papel mojado.
Los agricultores fueron los primeros que alertaron del desastre ecológico que implica el masivo abandono de campos y el despoblamiento de las áreas rurales a causa de la crisis agraria. Nos congratula comprobar cómo surgen cada vez más voces -algunas de ellas acreditadas e influyentes- que repiten ahora el mismo mensaje que llevamos tiempo reivindicando. Por una parte, es necesario recuperar la agricultura en los pueblos canarios para que los campos, bien cultivados y sin que la maleza los invada, se conviertan en el mejor freno al avance de las llamas.
Por otra parte, muchos hemos denunciado el dramático estado del campo de las islas y hemos defendido que la última oportunidad que tenemos para salvar este espacio periurbano único en el mundo pasa por que los agricultores puedan vivir de su trabajo, está claro que el futuro del paisaje depende de la gestión que seamos capaces de llevar a cabo entre todos y, en esa gestión, el agricultor tiene un papel estratégico que no podrá cumplir si no es viable.
El campo canario, tristemente, lleva mucho tiempo desmoronándose sin que nadie ponga remedio a través de una auténtica política agrícola canaria, todo son parches, y eso ha conducido a que la agricultura canaria hoy por hoy sea testimonial. ¿Cómo es posible que casi 90% de lo que consumimos de productos agrícolas sean de importación? No cumplimos con lo que recomiendan los organismos internacionales, que al menos el 30% del consumo sea de producción propia. Y en esta época de crisis y con la tasa de desempleados más alta de España, sigamos sin apostar por el sector primario.
fuente: canarias7.es
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