Para que los consumidores estén mejor informados a la hora de adquirir algún alimento, el cual pueda ser o contener algún ingrediente de origen transgénico, hay una normativa sobre su etiquetado y algunas novedades que contempla la ley respecto a ellos:
Sobre la normativa de etiquetado
La nueva normativa de etiquetado no establece un distintivo específico, sino simplemente que se indique la presencia de transgénicos en la lista de ingredientes. Por ejemplo, en un helado con jarabe de glucosa (utilizado para mejorar la textura) debe “producido a partir de maíz modificado genéticamente”. En las comidas envasadas que no llevan este tipo de listado, la mención tiene que aparecer en la etiqueta. En los productos a granel, en el expositor.
Esta normativa es más completa que la de 1997, que no llegó a aplicarse debido a una moratoria de tres años sobre la comercialización de nuevos transgénicos, porque ésta no exigía que se informara de todos los eslabones de la cadena de producción lo que se conoce como trazabilidad. En este sentido, la nueva ley es más estricta y establece un mayor control.
Novedades que contempla la ley
Estas son algunas de las novedades que contempla la actual normativa:
Seguimiento (o trazabilidad): es obligatorio transferir la información sobre el transgénico a lo largo de toda la cadena alimentaria, o sea, a través de todas sus etapas de producción, transformación y distribución. Deben etiquetarse todos los alimentos que proceden de organismos transgénicos, aunque el producto final no contenga ADN o proteína modificada genéticamente.
Ingredientes: ahora también debe indicarse la presencia de cualquier ingrediente transgénico, incluso de los aromas y aditivos. Por ejemplo, una sopa que contenga glutamato (un potenciador del sabor) elaborado a partir de maíz transgénico debe informarlo en el listado de componentes.
Transgénicos accidentales: el umbral de presencia accidental pasa del 1% al 0,9%, es decir, los alimentos que contengan ingredientes transgénicos por debajo de esta cifra no tienen que indicarlo. Esto se debe a que los organismos modificados genéticamente pueden introducirse accidentalmente en la cadena alimentaria, en las semillas o durante el cultivo, recolección, etc. En el caso de transgénicos que no han sido aprobados por la UE pero que ya cuentan con el visto bueno de su comité científico, el umbral es del 0,5%.
Fermentos transgénicos: los alimentos que empleen microorganismos transgénicos para su fermentación no tienen que indicarlo siempre y cuando esté presente en el producto final, como el queso elaborado con un cuajo modificado genéticamente. Sin embargo, si el microorganismo sí está en el alimento (como la bacteria del yogur) tendrá que especificarse.
Piensos animales: Los productos de segunda o tercera generación, es decir, alimentos como leche, carne o huevos que provengan de ganado alimentado con pienso transgénico no deben indicarlo.
Detractores y defensores
El tema de los alimento transgénico siempre levanta muchas controversias, con su detractores y defensores.
Según el investigador de Toxicología de la Universidad de Tarragona, José L. Roig, la ingesta de alimentos transgénicos puede provocar la transferencia de algún gen y producir así una mutación. Diversos estudios avalan esta hipótesis, uno de ellos publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences. Según Roig, «no hay ningún trabajo serio que haya analizado un determinado producto transgénico. Lo único que se puede decir es que no hay estudios». Y para él: “los consumidores son cobayas cuando se trata de transgénicos”.
Por otro lado, Greenpeace, a través de su portavoz Felipe Carrasco, afirma que “los transgénicos suponen un riesgo potencial para la salud”. En cambio, los responsables de Sanidad, consideran atrevidas estas afirmaciones e insisten en que el mensaje que hay que transmitir es el de “absoluta tranquilidad”. Para explicar la variedad de opiniones, algunas tan opuestas entre sí, el subdirector general de Seguridad Alimentaria, José Ignacio Harranz, se refiere a la mezcla de argumentos de distintos tipos (éticos, científicos, sociales) en un mismo discurso. De esta forma, “se ha desvirtuado la discusión”, según Harranz.
Los OGM y sus defensores
Los organismos genéticamente modificados (OGM) surgen en 1994, cuando el FDA estadounidense (Administración para Alimentos y Medicamentos) autorizó la comercialización del tomate “Flavr Svr”, modificado genéticamente por la compañía Calgene para frenar su proceso de ablandamiento.
Los defensores de los OGM resaltan, entre sus beneficios, la reducción de los costes de producción y la supuesta mejora de la calidad de los vegetales (algo que se debate en la comunidad científica y que niegan las organizaciones naturistas y ecologistas, los bio-productores, etc.); el retraso del proceso de maduración, lo que supone un retardo de su ablandamiento y putrefacción; la mayor tolerancia a los herbicidas y a las plagas de las bacterias, hongos, insectos… etc.; la menor necesidad de agua y mayor resistencia a la sequía; la reducción de nitratos en las plantas, que toleran mejor las temperaturas extremas.
Los detractores y algunos de sus argumentos
Sus detractores dicen que los genes con resistencia antibiótica que se encuentran en los OMG podrían ser transferidos a las personas, haciéndolas resistentes a los efectos de los medicamentos. Afirman también que puede dar paso a nuevas enfermedades y alteraciones en la respuesta inmunológica del organismo humano, como problemas alérgicos causados por la aparición de nuevas proteínas que, al estar expresadas por un ADN manipulado, el organismo no podría llegar a reconocer.
Además advierten sobre las consecuencias de una tecnología que está en un manos de un pequeño grupo de corporaciones que poseen más de mil patentes y mucho poder mediático con el que intentan silenciar la información y discusión sobre las consecuencias negativas de los transgénicos, y no sólo para la salud.
Para obtener grandes dividendos sus plantaciones abarcan grandes terrenos, que se ocupan con un solo cultivo en manos de una única empresa, cuando antes, en la mayoría de los casos, esas tierras eran usadas para el cultivo de varias especies diferentes (biodiversidad) por muchos pequeños o medianos agricultores. Así surgen nuevos problemas: el monocultivo degrada el suelo, además se crea resistencia a los herbicidas, desaparición de insectos beneficiosos, como los polinizadores, entre otros efectos perjudiciales para el medioambiente.
Otro problema es que numerosos pequeños y medianos productores se han arruinado, y otros se encuentran en peligro de ruina, debido a la gran dependencia de insumos, semillas OGM, herbicidas y carísimas maquinarias para la siembra que dependen de estas pocas empresas. Otro factor a tener en cuenta es que para ampliar los terrenos cultivables se talan bosques enteros, con todos los perjuicios ambientales que eso trae aparejado.
Fuente: mundoasistencial.com/
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