Hace 10 años Laetitia Giroud dejó de comer carne. Esta licenciada en Marketing Internacional decidió que la carne animal no formaría parte nunca más de su dieta, concienciada por los daños que la ganadería causa a un planeta cuya población no para de crecer. “El 80% de nuestros recursos de agua son usados para la ganadería, que genera el 18% de los gases de efecto invernadero”, apunta esta francesa de 30 años natural de Toulouse. “Entonces busqué cómo equilibrar mi dieta e incluir las proteínas que dejaba de tomar por no comer carne”, recuerda. “Estaba en Estados Unidos y allí, por aquel entonces, ya se habían introducido los insectos para consumo humano. Probé los grillos, los saltamontes y los gusanos de harina y me encantaron”, recuerda Giroud.
Esta primera toma de contacto con los insectos comestibles y su concienciación con la conservación del medio ambiente le llevó a barajar la idea de convertirse en criadora, “en una ganadera de insectos”. Dejó su trabajo como directiva en una gran empresa de transporte internacional y se puso a investigar cómo montar una granja ecológica, para lo que contó con el apoyo de Julian Frederic Foucher, su socio en el proyecto y con cierta experiencia en el sector.
Pero su Francia natal no era el sitio adecuado para llevar a cabo su empresa. Necesitaban unas condiciones climáticas específicas y un lugar geoestratégico para asegurar la viabilidad de su negocio. “Los insectos tienen la sangre fría y necesitan una temperatura alta, entre los 28 y los 35 grados para crecer. Málaga cuenta con las condiciones adecuadas por su clima tan benévolo y además está perfectamente comunicada por tierra, mar y aire”, señala Giroud, que finalmente escogió el municipio de Coín para montar la granja.
“Miramos en otros pueblos de la comarca del Guadalhorce, pero en Coín hemos encontrado el respaldo de las autoridades y del Grupo de Desarrollo Rural de Pizarra, que nos ha ayudado en los papeleos y con una subvención para arrancar la granja de algo más de 5.000 euros”, añade.
En apenas tres meses, Giroud y Foucher han montado su empresa, Insagri, que espera comenzar su actividad el próximo mes de agosto. Esta granja de ganadería ecológica de insectos es la primera de su tipo que abre en Andalucía y, según cree Giroud, también de España. “Sé que hay empresas que importan insectos de otros países como México, pero granja de cría para consumo humano no creo que haya”, dice esta emprendedora, ahora centrada en obtener todos los permisos necesarios para poder comercializar sus insectos. “Existe un vacío legal en cuanto a la comercialización. Hay un reglamento comunitario que regula las condiciones de producción, envasado, trazabilidad, transporte y comercialización de alimentos en genérico. Sin embargo, no hay una normativa específica de insectos, como la hay para otros muchos productos como la leche, el queso e incluso los caracoles, lo más parecido a un insecto que se consume en España, cuya cría y comercialización está reglada”, explica Giroud, que espera vencer las reticencias de la estricta legislación sanitaria acogiéndose al modelo que se aplica en las granjas de setas o de caracoles. “Es lo que aconseja la Organización de Naciones Unidas para la Alime... (FAO) para que los países faciliten la producción industrial de insectos”, resalta Giroud, quien colaboró en el informe que hace apenas un mes publicó este organismo recomendando la inclusión de los insectos en la dieta habitual.
Insectos que Giroud y Foucher ya han empezado a criar en su granja, que se ha especializado en la cría de cuatros especies: grillos, saltamontes, gusano de la harina y larvas de mosca soldado. El bajo coste de la producción industrial de los insectos —necesitan pocos cuidados y se alimentan de los restos de verduras y frutas libres de pesticidas que les ceden en las explotaciones ecológicas de la comarca—, y la rapidez del proceso de cría —un saltamontes es apto para el consumo en ocho semanas y una larva de mosca soldado en tres días— harán que este negocio sea rentable en poco tiempo.
“Tenemos previsto criar al año unas 15 o 20 toneladas y para este primer ejercicio esperamos un volumen de negocio en torno a los 55.000 euros, con una previsión de crecimiento del 35% anual”, explica Giroud sobre la empresa, que cuenta con dos líneas de productos. “La primera está centrada en suministrar harina de insectos a empresas de piensos de ganado, a explotaciones de aves, cerdos y granjas acuícolas. Para ellos es rentable, pues su coste es menor que los piensos tradicionales y su impacto medioambiental es mínimo. Los precios del maíz y la soja se han disparado en los últimos años y los ganaderos gastan el 65% de sus recursos en la alimentación de su ganado”, señala Giroud. “La otra vía comercial es la del consumo humano. Crearemos nuestra propia línea de productos hechos con harina de insectos, como cereales o galletas y venderemos los insectos deshidratados. Queremos vencer las reticencias de la gente a comer insectos a través de los restaurantes y cuando se cree la demanda expandir el negocio a mercados y tiendas de productos ecológicos, empresas de comida preparada o especializadas en alimentación para deportistas, ya que los insectos son una fuente de proteínas increíble. Si todo va bien, lo siguiente será llevar nuestros insectos a las cadenas de supermercados, algo que ya se hace en Holanda, donde la primera cadena de supermercados del país ha introducido una línea de insectos comestibles”, concluye Giroud.
FUENTE: EL PAIS
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