Comunidades de regantes y otras asociaciones de riego agrícola están recibiendo últimamente llamadas de vendedores que les ofrecen cambiar de compañía en el suministro eléctrico. Para ello les tientan con supuestos ahorros en la facturación, si bien es conocido en el sector, por algunos ejemplos que se divulgan, que los cambios que se realizaron no se tradujeron necesariamente en los beneficios buscados, e incluso hay situaciones en las que fueron decepcionantes y hasta contrarios a lo esperado.
En este tipo de ofertas, que suelen empezar por llamadas telefónicas, hay una constante. Una vez vencida la natural reticencia inicial con la reiterada promesa de un futuro mejor, quienes llaman para ofrecer piden que se les muestre o envíe por el medio que sea las facturas eléctricas del usuario en cuestión correspondientes a varios meses anteriores.
Si el usuario, o representante de la entidad que sea, muestra su extrañeza por tal cosa, le indican enseguida que es necesario tener esas facturas a la vista para conocer los datos de potencia contratada, tipo de tarifa, volúmenes de consumo, etc., y de esta manera poder confeccionar estudios comparativos para que se pueda ver el ahorro que se va a generar. Como en buena parte de los casos no se sabe interpretar una factura eléctrica y se desconocen los datos requeridos, es fácil entender que será necesario aportar las facturas requeridas para sustanciar una propuesta.
De esta manera, si alguien más avisado cuestiona tal forma de proceder y advierte que no es normal que quien va a vender no sea capaz de decir a cómo vende la unidad de lo que ofrece, sino que ha de ver para ello a cómo compró antes el potencial cliente; como no suele haber costumbre de encontrar contestación, le pueden devolver la salsa a quien plantea la cuestión con tal lógica, de modo que igual el vendedor le acaba afeando su conducta, por confianza indebida y poco tino ahorrador.
El caso es que, si se prueba para ver en qué queda -sólo por probar y con la mosca en la oreja-, los estudios comparativos que se ofrecen a continuación acaban resultando, efectivamente, con totales a pagar inferiores a las facturas teóricamente comparadas.
Aunque, si se afina de este lado en la comparación, igual se cae en la cuenta de que los periodos comparados no son homogéneos, ni se tienen en cuenta los tramos horarios en los que ya se centra en mayor medida el consumo del interesado, precisamente por ahorrar, y que aparecen en la relación de las nuevas propuestas una serie de conceptos que seguramente serán muy ciertos en la conformación de los precios, pero son nuevos y desconocidos para la gente de a pie.
Si para muchos ya se hace difícil conocer y controlar una factura en los términos sencillos y habituales, con el término de potencia y el de energía (el consumo propiamente dicho), más el maxímetro que indica la potencia máxima utilizada, posible recargo de reactiva y los impuestos, imaginen si multiplican todo ello por varias veces. Un listado que es un galimatías endiablado, si no se tiene a mano un ingeniero especialista. No hay manera de saber a cómo sale en realidad el kilovatio. Para poder comparar. Como cuando uno compra cualquier otra cosa.
Fuente: lasprovincias.es
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