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Al celebrar el Día Mundial del Suelo, es hoy más oportuno que nunca advertir que los sufridos suelos de nuestros campos son mucho más que el lugar aparentemente inerte que recibe la lluvia y compactan las extremidades de diversos animales o las ruedas de nuestros vehículos.

Los suelos son verdaderas esponjas de agua, vida y nutrientes para las plantas que nos alimentan y visten y merecen ser cuidados con esmero por razones como la conservación de la biodiversidad, una mayor sostenibilidad de la agricultura y la mitigación del cambio climático.

Debemos tener en mente que la vida que hoy conocemos depende de una fina capa de 20 cm. de suelo fértil y que para formar dicha capa son necesarios unos 4.000 años.

Aunque pasen desapercibidos, un suelo fértil contiene lombrices, hormigas y multitud de microrganismos (bacterias, hongos, etc.). Para hacernos una idea de la importancia cuantitativa de esta fauna edáfica, el peso correspondiente a todos estos organismos presentes en una superficie igual a la de un campo de fútbol puede llegar a ser equivalente al de 15 caballos. Por si eso fuera poco, la microfauna del suelo también es esencial como fuente de alimento para un gran número de aves y otros animales superiores. Son razones de peso para que los agricultores y ganaderos eviten su compactación después de las lluvias y limiten las labores a las estrictamente necesarias para sembrar los cultivos. Como ha recordado el experto en suelos Dr. Reicosky, los efectos de una labor de arado en un suelo agrícola son comparables a los de un terremoto que altera la estratificación de su estructura, seguido de un huracán que desplaza sus componentes y de un incendio que consume la materia orgánica.

El cuidado del suelo es también fundamental para la sostenibilidad de la agricultura, pues fenómenos como lluvias torrenciales que de manera más frecuente ocurren en el presente, nos recuerdan que en muchos suelos labrados de los países mediterráneos, estamos perdiendo suelos con mucha mayor rapidez de la que somos capaces de regenerar. Se estima que en 2011 se perdieron en el mundo 24.000 toneladas de suelo fértil, lo que supone una media de 3,4 toneladas por habitante en el planeta. Esta erosión tiene además otros efectos desastrosos, pues colmata embalses reduciendo su utilidad y obliga al empelo de mayores cantidades de abonos para restituir la fertilidad perdida.

Urge pues, invertir esta tendencia, adoptando sistemas de manejo del suelo como la agricultura de conservación la cual, a través de la supresión de las labores y dejando en superficie la mayor parte de los rastrojos o restos de cultivos, consigue reducciones en la erosión de hasta un 90%, mejoran la calidad y fertilidad del suelo al incrementar su contenido de materia orgánica, mejoran la biodiversidad al favorecer las condiciones para el desarrollo de la fauna edáfica y potencian el efecto sumidero del suelo aumentando el secuestro del carbono atmosférico.

Fuente: infoagro

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