AGRO 2.0

AGRO 2.0 El último (buen) sueño del sector agrario

Supuso una bocanada de oxígeno para el ámbito rural, enfermo con síntomas, entonces ya muy claros, de abandono y desidia. El cultivo remolachero, la irrupción de la siembra masiva de raíz, aclaró provisionalmente el panorama agrario. El campo, milagro, se capitalizó y el dinero creció en las tierras con tallo enhiesto y bulbo carnoso y dulce. Eran los años sesenta y, sobre todo, los setenta.


Las vegas del Bajo Duero, la Guareña y los valles benaventanos cambiaron el vestido herrumbroso estival por el verde oscuro que da la vida. ¿Milagro? No tampoco fue para tanto. Las industrias del ramo, ávidas de tomar posiciones en el mercado del azúcar, facilitaron las cosas y abrieron el cultivo a la rentabilidad. Había que sacar azúcar de entre las piedras para cubrir las nuevas necesidades del mercado mundial y engordar el cupo de producción ante el sistema de cuotas que espejeaba en el horizonte.


Los hombres -y las mujeres- del campo no son tontos, a pesar de que siempre ha habido gentes en la ciudad que así lo han pensado, y se pusieron a la tarea. El cultivo remolachero necesita agua y, por tanto, había que buscarla lejos de los canales y las acequias convencionales, que esos ya la tenían. Se hicieron miles de pozos de sondeo hasta convertir el acuífero de los Arenales en un queso de gruyere. Las tierras de pan llevar cambiaron el moreno del cereal por el verde esperanza. Los agricultores aprendieron a moverse en las oficinas bancarias, que vieron las posibilidades del sector y pusieron un camión de dinero sobre la mesa, aunque a intereses desorbitados. Fluyó el dinero, el agua y el trabajo. No había parados en los pueblos, al menos en primavera y verano. Y quienes trabajaban -a lo bestia, por cierto- en el entresaque, el deshierbe y la pela sacaban para cubrir las necesidades del año.


Fue un pequeño Eldorado, la fiebre del oro en la meseta castellana. Duró lo que duran las ilusiones. Lo que tardaron los pozos en encenagarse y las empresas en llenar sus fábricas y sus cuentas de resultados. No solo los agricultores y las compañías azucareras -sobre toda estas últimas- se beneficiaron de la situación. Todo el ámbito rural lo hizo, incluidos bares, tiendas y la pequeña industria.


Nacieron los sindicatos y la fiebre reivindicativa de un sector acostumbrado a sufrir y callar. En las kilométricas colas de vehículos -sobre todo tractores- junto a las azucareras de Toro y Benavente se afilaron los líderes agrarios y se inflamaron los egos del sector.


El cultivo masivo de la remolacha cambió el campo zamorano durante más de una década. Fue la última esperanza y la demostración de que los agricultores zamoranos, con medios, pueden competir con los más avanzados, aunque vivan en Francia. Como muestra, el rendimiento por hectárea que ha pasado de 30 toneladas a más de 110, muy por encima de la media europea.


Ahora, como todo en el campo, el cultivo remolachero ha ido a menos. Hay restricciones y cupos. La Comisión Europea metió hace unos años la tijera y ahora hasta la Junta se niega a pagar las ayudas comprometidas. El Eldorado duró lo que un suspiro. La realidad es tan cruda como injusta, pero al césar lo que el del césar y a la remolacha lo que le corresponde: el último sueño del sector agrario.

Fuente: laopiniondezamora.com

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