Tal como ocurrió en el caso del vino, el olivo no es propio de Chile sino que llegó al país de la mano de los españoles que dominaron el territorio nacional. Este mítico árbol encontró en estas tierras grandes extensiones de suelos fértiles y climas diversos que permitieron su adaptación rápida y la producción de distintas variedades de frutos que expresan lo más puro de este rincón del mundo.
La industria olivícola nacional se formó recién en 1952, cuando don José Canepa Vaccarezza, incorporó a su empresa tecnología traída desde Italia y descubrió el potencial de la olivicultura nacional. Así dio vida a Cánepa.
Algunas pequeñas empresas apostaron también por seguir su ejemplo, pero recién a fines de los años 90, se realizo una fuerte inversión, estrategias de comercialización y las primeras exportaciones de productos, escribiéndose así un nuevo capítulo en el desarrollo del sector.
Aceites frescos y muy frutales dieron comienzo a la olivicultura moderna en Chile, marcada por la introducción de las principales variedades aceiteras utilizadas a nivel mundial y la más moderna tecnología de producción.
En el 2004 Chile poseía 3.700 hectáreas plantadas, con una producción de unas 1.500 toneladas de Aceite de Oliva Extra Virgen. Sólo Extra Virgen y ninguna otra categoría. Esto ha permitido que la industria nacional sea reconocida por la calidad de su producción, lo que se demuestra en la gran cantidad de premios que han recibido las diferentes empresas nacionales en reconocidos concursos de Italia, España y Estados Unidos.
Hoy Chile posee más de 20.000 hectáreas plantadas de olivos para la extracción de aceite de oliva y año a año aumenta la producción, en el año 2009, se estima que la producción nacional creció 30% respecto al año 2008, con una producción de 8.500 toneladas.