Por Valerie Weinborn, MSc en nutrición y estudiante de doctorado en Food Science en UC Davis*
Sin duda alguna, el aporte nutricional de los alimentos sigue siendo un aspecto fundamental de éstos, pero gracias a los avances en tecnología y nuevos descubrimientos podemos también enfocarnos en otro punto: ¿cómo usar los alimentos para mejorar la salud de las personas sanas? Es aquí cuando el concepto de alimento funcional toma importancia.
Los alimentos funcionales son alimentos que, además de nutrir, contienen algún ingrediente que es bioactivo, es decir, que presenta algún tipo de función o actividad adicional a sus propiedades nutricionales. En esta categoría se encuentran alimentos que, por ejemplo, natural o artificialmente contienen antioxidantes, probióticos y prebióticos, entre otros.
Los antioxidantes son moléculas que protegen y reparan el deterioro producido en nuestras células por la presencia de radicales libres, los cuales son compuestos inestables y altamente reactivos capaces de generar daño oxidativo relacionado con el cáncer y el envejecimiento. Al incorporar en nuestra dieta frutos con cantidades significativas de antioxidantes naturales podemos reducir significativamente los efectos malignos ocasionados por la presencia de radicales libres. Beta-Caroteno, Vitamina C y Vitamina E son los tres antioxidantes naturales principales y los podemos encontrar en frutas coloridas tales como uvas, manzanas, damascos, melón, mangos, duraznos, frutillas y berries en general, nueces y semillas.
Los probióticos son organismos vivos (bacterias) que cuando se administran en las cantidades adecuadas tienen efectos benéficos sobre la salud, como estimulación del sistema inmune y mantención del equilibrio de la flora intestinal. Tradicionalmente, los probióticos se encuentran en productos lácteos, como el yogurt; pero en los últimos años se han desarrollado productos de origen vegetal que los contienen, como jugos de frutas a los cuales se les agregan estos organismos.
Los prebióticos son compuestos, en su mayoría fibras, que nuestro organismo no es capaz de digerir y que al llegar intactos a nuestro intestino grueso pasan a ser fuente de alimento para nuestras bacterias colonizadoras. La particularidad de los compuestos con actividad prebiótica es que pueden ser utilizados solamente por grupos de bacterias específicos que al metabolizarlos tienen un efecto positivo sobre la salud del huésped, es decir, sobre nosotros. Dentro de las frutas ricas en prebióticos están el tomate, los berries (arándanos, frambuesas, moras) y plátanos, entre otras.
En la última década, muchos esfuerzos e investigación se han enfocado en la búsqueda de nuevas fuentes de compuestos prebióticos, específicamente similares a los oligosacáridos (azúcares complejos de mediana longitud) que se encuentran en la leche materna. Muchos infantes no tienen acceso a leche materna y si bien, hoy en día, las fórmulas infantiles contienen prebióticos, éstos no presentan los mismos beneficios que los presentes en la leche natural. Es por esto que es de gran importancia encontrar fuentes alternativas. En este aspecto, las investigaciones se han abierto a la búsqueda en productos de origen vegetal como las frutas, por ejemplo, las uvas; en las cuales se he descrito la presencia de estos compuestos activos.
Además de una posible utilización en desarrollo de nuevos productos alimenticios, el solo hecho de que las frutas presenten uno o más tipos de compuestos funcionales, debidamente descritos, comprobados y analizados en su poder activo, entrega valor agregado a la fruta sin modificar, lo cual es de especial interés para productores y retails, quienes podrían apuntar a la comercialización en nuevos nichos y acceder a todos los beneficios que esto conlleva.
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