20 ejemplares desembarcaron en ese país euroasiático, junto al know-how de la tecnología argentina.
Su fama trascendió las fronteras latinoamericanas: Javiyú, la cosechadora de algodón desarrollada por el INTA, ya desembarcó en Turquía, que compró veinte máquinas y se convirtió en el quinto país en elegirla, después de Brasil, Paraguay, Venezuela y Colombia. En lo que va del año, ya se vendieron 260 ejemplares y, en la Argentina, el modelo representa el 40 por ciento del parque de cosechadoras de arrastre.
Las veinte máquinas desembarcaron en Sanliurfa, una ciudad considerada como “la región núcleo del cordón productivo algodonero de ese país”, explicó Marcelo Paytas, especialista del INTA Reconquista –Santa Fe– que participó de la misión a Turquía para entregar las cosechadoras y brindar asesoramiento, enmarcado en un paquete tecnológico de manejo óptimo del cultivo. “La propuesta es incorporar prácticas agronómicas en surcos estrechos, tal como se trabajó con los productores y asesores en estos últimos seis años en la Argentina”, señaló.
El técnico explicó que buscaron posicionar el “paquete tecnológico que desde la institución proponemos para la producción de algodón, que va más allá de la incorporación de una máquina para cosechar”.
Además, Paytas se refirió a algunas diferencias en el modelo de producción turco y el argentino que “nos hacen pensar en la necesidad de seguir trabajando en todo lo que se refiera a capacitación”. Por esto, comentó que en Turquía utilizan “plantas grandes, con rendimientos de cuatro a cinco toneladas por hectárea. Todo con riego, ya que las lluvias no suman más de 200 milímetros anuales y utilizan variedades convencionales”.
De acuerdo con el técnico del INTA, los productores y asesores turcos comprendieron que, para adoptar la cosechadora, también “necesitan incorporar ciertas prácticas de manejo agronómico del cultivo, como regulación de crecimiento, defoliación, desecación, uso de maduradores para uniformar la apertura de bochas a cosechar, uso oportuno del riego, entre otras cuestiones”.
Los secretos del capullo
Con bajo costo de adquisición y mantenimiento, la Javiyú –que significa “capullo” en guaraní cambió el paradigma en el manejo del algodón. Permitió mecanizar la cosecha en pequeñas superficies: aún cuando se adapta a distintas escalas de producción, fue especialmente desarrollada para los pequeños y medianos productores.
Cultivar el algodón en surcos estrechos y con mayor densidad por hectárea implicó cambios culturales y tecnológicos fuertemente vinculados a una estrategia para afianzar el futuro de la industria algodonera de la Argentina. “El proceso de adopción lleva su tiempo, ya que no sólo consiste en incorporar una máquina a un sistema productivo, sino que primero hay que adaptar ese sistema productivo a la máquina”, señaló Paytas.
Si bien la iniciativa marcó un cambio de paradigma en la manera de manejar el cultivo del algodón, significó también un modo de devolver la competitividad y la importancia que durante muchos años tuvo Chaco, la provincia argentina con mayor superficie algodonera.
La cosecha de este cultivo, que se realiza principalmente en forma manual, implica un alto costo para el productor. En las provincias algodoneras existen cosechadoras importadas durante la década del 90 que, en su mayoría, se abandonaron por sus costos elevados de mantenimiento y porque el sistema de surcos estrechos requiere equipos diferentes.
La forma tradicional de siembra y cosecha de algodón se realizaba en surcos anchos, de entre 70 centímetros y un metro entre hileras de plantas. En cambio, la tecnología de surco estrecho impulsada por el INTA permite, con una distancia menor entre filas –de 52 centímetros–, una población de 200.000 o más plantas por hectárea.
“El cultivo de surcos estrechos y la recolección con Javiyú hizo que el productor reduzca sus costos globales y mejore sustancialmente el promedio de rendimiento de algodón en bruto”, aseguró Mario Bianchi, presidente de Dolbi –de la localidad santafesina de Avellaneda–, la empresa que fabrica y comercializa la cosechadora desde 2006, mediante un convenio de vinculación tecnológico con el INTA.
En la Argentina, el 70 por ciento de la superficie se siembra con sistemas de surcos estrechos. Si bien la Javiyú es apta para cosechar cultivos con distintas distancias entre líneas, a condición de que el suelo sea plano, su diseño es ideal para surcos estrechos conducidos con las técnicas más actuales –alta densidad de plantas, de porte mediano a pequeño y con apertura de capullos concentrados–. Así, en condiciones adecuadas del cultivo, cosecha más del 95 por ciento del algodón presente en las plantas.
La historia de una máquina “elemental”
Javiyú tuvo un fuerte impacto en el sector algodonero: “Fue ampliamente aceptada, dado su bajo costo de adquisición y mantenimiento. Se transformó en un equipo elemental”, dijo Bianchi, presidente de Dolbi –de la localidad santafesina de Avellaneda–, para quien “es un orgullo que el INTA nos haya confiado el proyecto de la cosechadora de algodón Javiyú”.
En la Argentina, donde se siembran 600.000 hectáreas de algodón por año, este modelo, que comenzó a desarrollarse en 2004 en el INTA Reconquista –Santa Fe–, representa el 40 por ciento del parque de cosechadoras de arrastre del país. Las tres primeras unidades experimentales se presentaron a comienzos de 2006 y, con ellas, se realizaron ensayos en todas las provincias algodoneras del norte argentino.
Ese año, la Javiyú cosechó mucho más que los primeros capullos de algodón: fue distinguida con el premio Innovar y se inició su apertura al mundo. Más tarde, la máquina fue reconocida en los Estados Unidos con el otorgamiento de la titularidad de la patente internacional, considerándola “novedad mundial, actividad inventiva y aplicación industrial”.
Ese logro abrió grandes posibilidades para el producto, que se confirmaron con el patentamiento en China, país que junto a la Argentina y los Estados Unidos constituye uno de los mercados más relevantes para esta invención. Asimismo, el registro de propiedad industrial está en trámite en otros países productores de algodón: Brasil, Paraguay, India y Venezuela.
De esta forma, el INTA garantiza que la empresa licenciataria pueda “recuperar el dinero invertido a riesgo en una investigación pública y posibilitando la reinversión en nuevos desarrollos”. A su vez, le permite al instituto reconocer el trabajo de sus investigadores, con un claro impacto en la competitividad agropecuaria y el desarrollo territorial y generar recursos extrapresupuestarios para fortalecer la innovación tecnológica.
Fuente: on24
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