Ante la preocupación por la caída de la proteína de la soja argentina, Rodolfo Rossi y Marcelo Palese, de Nidera, proponen herramientas para corregir el problema y satisfacer los requerimientos de los mercados externos.
La soja argentina va por el mismo camino que la soja estadounidense: ambas siguen mostrando incrementos de rendimientos acompañados por caídas en el nivel de proteína, cuando precisamente ese es el componente de alto valor que tienen las harinas derivadas de esta oleaginosa. El dato no es menor si se considera que la Argentina surte a más del 50% del mercado mundial de harina de soja.
Frente a un promedio histórico de 38,7% de proteína en la soja de la zona núcleo, en la última cosecha el nivel proteico cayo a alrededor del 37%. Mientras tanto, otros importantes jugadores de la región siguen obteniendo cosechas de soja con contenidos de proteína sensiblemente superiores: Brasil 40,81%, Paraguay 39,34%, Bolivia 40,5%.
“Los mercados internacionales demandan harinas con valores altos de proteína y si no se cumple con los estándares aplican descuentos sobre el precio o llegan a rechazarla”, explicó Rodolfo Rossi, fitomejorador a cargo del Programa Soja de Nidera. “Además –agregó el especialista-, esa desventaja genera menor competitividad en los mercados externos frente a otros países más atractivos como originadores de harinas de más alta calidad, que incluso reciben premios al superar esos estándares”.
Marcelo Palese, del Servicio Técnico de Nutrición de Cultivos de Nidera, explicó que los niveles de fósforo y de azufre tienen un efecto marcado sobre el contenido de proteína en el grano. Además, el cultivo se ve afectado por los problemas de oxígeno en el suelo en esta campaña, como también por el exceso de manganeso en hojas.
“En el caso de la campaña 2012/13 –explicó el técnico-, la merma en el consumo de fertilizantes fosfatados con azufre (súper fosfato simple) afectó a los cultivos de soja. Sólo se estaría fertilizando el 65% del área total de cultivo y eso afecta al nivel proteico del grano”.
Los técnicos coinciden en que uno de los caminos a seguir es la búsqueda de mejoras a través de la genética, ya que aparecen diferencias entre los materiales respecto de la capacidad de expresar los contenidos de proteína. También señalan que hay otros factores en juego como la adecuación de las fechas de siembra y las rotaciones de cultivos.
Frente al desafío de revertir la tendencia y mejorar el nivel proteico, Marcelo Palese señala que “El camino pasa por buscar herramientas de largo plazo que aporten al manejo integrado del cultivo, como es la elección adecuada de la variedad para cada ambiente, los niveles de nutrición del cultivo, las rotaciones fortalecidas por la riqueza de sus rastrojos, respetar las fechas de siembra sugeridas por el semillero y la protección del cultivo en los momentos óptimos”.
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