Rodeado de la familia en plena Patagonia y sin necesidad de preocuparse por la AFIP y la Anses.
La neuquina Bodega del Fin del Mundo presentó esta semana su versión de los “countries de viñedos” que comenzaron a lanzarse hace unos años en otras provincias productoras como Mendoza y Salta, aunque el “Clos del Fin del Mundo” tiene particularidades que lo distinguen y lo alejan de ser un mero negocio inmobiliario, además de estar ubicado en una zona con características sanitarias y climáticas únicas.
El proyecto contempla el desarrollo y venta de 36 lotes que en total suman cerca de 120 hectáreas. A un precio promedio de 100.000 dólares la hectárea (a cotización oficial), implica un monto del orden de los 12 millones de dólares que se destinaría a las obras necesarias para llevar a cabo el emprendimiento y a otros proyectos de la empresa. Las parcelas son de tres hectáreas, de las cuales 2,5 estarán implantadas con malbec. El resto del terreno queda libre para que el propietario construya su vivienda, quincho y piscina. Un cálculo conservador arroja que esto significará por lo menos cuatro millones de dólares adicionales que se volcarán a la región en la medida en que avancen estas obras particulares.
Pero evaluar una iniciativa de este tipo con las herramientas financieras típicas sería un error o, en el mejor de los casos, representaría un análisis parcial. Esto se debe a que los mayores beneficios son de índole cualitativa y de largo plazo y tienen que ver con la calidad de vida y el mejoramiento del medioambiente, entre otros.
“A lo que el proyecto precisamente no apunta es a asegurar una determinada rentabilidad”, comentó Julio Viola, fundador de la Bodega del Fin del Mundo en una conversación mantenida con este medio.
Pero tampoco se trata de que el nuevo vitivinicultor pierda dinero. La decisión de ofrecer lotes de tres hectáreas está en línea con esta idea y no responde a un capricho inmobiliario. “No es una cuenta así nomás. En condiciones normales de producción, si el propietario decide vender la uva sale más o menos hecho, lo cual es posible porque trabaja con el costo de Fin del Mundo y NQN”, explicó Viola. Esto se convierte en una salida para quienes simplemente quieren disfrutar del placer de vivir entre viñas. El hecho de que solamente se va a implantar malbec guarda relación con lo anterior, dado que se trata de la cepa insignia del país y con fuerte demanda comercial (la de mayor valor); en otras palabras, es un reaseguro para el productor y para la bodega.
Ahora bien, aquellos que opten por la vinificación de su producción también podrán canjear parte del malbec por cabernet, pinot noir o cualquiera de las otras cepas cultivadas por Bodega del Fin del Mundo. Para estos aventureros un dato importante a tener en cuenta es que esta superficie se traduciría, según Viola, en unas 15.000 botellas anuales.
Este número conduce a otro punto central del proyecto: el que está vinculado con la calidad. “Se apunta a vinos de alta gama para seguir levantando la calidad de los productos vitícolas de nuestra región”, declaró el empresario y agregó que “hoy no se puede hacer de otra manera”.
En relación con el difícil momento que atraviesa la vitivinicultura argentina, Viola afirmó que “no es una preocupación para esta iniciativa puesto que se trata de un proyecto de mediano plazo y no podemos trabajar pensando en una coyuntura actual que es adversa; lo hacemos pensando en condiciones normales”.
Definir el perfil del vino
Una de las ventajas de embarcarse en este proyecto y que fue enfatizada también por Julio Viola es la de poder acceder al asesoramiento y acompañamiento del equipo técnico que hace de Bodega del Fin del Mundo una de las más reconocidas de la Patagonia a nivel mundial. Entre ellos se encuentra el licenciado en enología Marcelo Miras, quien antes de integrarse al proyecto de El Chañar, hace más de diez años, formó parte del equipo de la bodega Humberto Canale. De más está decir que ambos establecimientos saben cómo hacer grandes vinos. Por ello no es un dato menor el que cada propietario podrá definir el perfil de su vino con profesionales de este calibre y trayectoria.
“Con cada productor nos vamos a sentar a hablar sobre qué tipo de vino le gusta, qué es lo que quiere, y a partir de ahí se le va a hacer una propuesta técnica de las distintas elaboraciones que puede tener: con y sin barricas, tipo de cosecha, selección y raleo de racimos, etcétera”, explicó el enólogo mendocino. Asimismo, destacó que al producir en el Clos el propietario tendrá la ventaja de ser acompañado por el equipo técnico de la bodega en todo el proceso: elaboración, crianza, embotellado, etiquetado y comercialización.
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