El ingeniero agrónomo Daniel Igarzábal, director de L.I.D.E.R. (Laboratorio de Investigación Desarrollo y Experimentación Regional, de Sinsacate, Córdoba) afirmó que la oruga bolillera hizo su aparición en la soja a fines de los años 80, se tomó un descanso entre mediados del 90 y principios del siglo, pero retomó su actividad con mayor o menor incidencia a partir de mediados del primer decenio.
“Pareciera que ya firmó el pase definitivo y jugará hasta el final en la soja. Eso sí, a préstamo por unos meses en los cultivos de invierno para estar bien entrenada durante el verano. Está para quedarse, y según las malas lenguas, nada la va a parar… ni siquiera la soja Bt”, planteó el profesional y encendió una luz de alerta.
Igarzábal analizó pormenorizadamente –a pedido de DuPont Agro- la evolución de la Isoca Bolillera y marcó como punto de arranque la gran sequía de 1988, a la que se le atribuía cualquier problema que tuviera la soja.
Acotó que en ésa época aún no se hablaba de la siembra directa, sino que eran años “de mezclas de herbicidas, arado, rastra y escardillo”.
Esa campaña se veían plantas secas en pie y -al lado- algunas verdes, mientras que en las plantas “había una bolsita de tierra colgando del cuello, que al removerlo dejaba expuesta una larva muy activa rojiza con anillos grisáceos”. Se trataba de Elasmopalpus, el pequeño barrenador, que incursionaba en la soja, tras haberlo hecho en el maíz.
Pero también se detectaron plantas con brotes secos o cortados. “O era la sequía o la nueva plaga antes descripta. Pero no, al golpear las plantas dañadas, saltaba al suelo una larva verde que se enroscaba. Nadie sabía de qué se trataba. Pero todo parecía ser consecuencia de la sequía”, relató Igarzábal en forma didáctica.
Ese año, el entomólogo del INTA Marcos Juárez Jorge Aragón, informó que se trataba de Helicoverpa gelotopoeon, “la misma que se come las bolillas del lino”, por lo que se la conoce como “la bolillera”.
Dicho profesional emitía informes quincenales que incluían los umbrales de daño económico de la oruga bolillera, extraídos bibliográficamente de citas de Estados Unidos. Desde entonces se conserva el ampliamente difundido “umbral” de “tres por metro lineal”.
La agricultura avanzó notablemente en el último cuarto de siglo en cuestiones como la siembra directa, el acortamiento de la distancia entre surcos, los cambios de variedades, los rastrojos, los grupos de madurez y el cambio climático.
“Al iniciarse la siembra directa, la “bolillera” prácticamente desapareció de los lotes de soja” indicó Igarzábal, acotando que en la campaña 2003-2004 tuvo una nueva “arremetida”.
“Es como si se hubiera despertado después de un letargo. Siempre estuvo en uno que otro lote, pero sin causar alarma entre los técnicos ni productores”, afirmó sin dejar de lado que se trató de un año de sequía.
“Revolviendo viejos escritos apareció el umbral de tres por metro lineal. Aquel de Aragón para soja sin directa en surcos a 0,7 m. Y los que, creyendo estar en la filosofía del manejo integrado por usar umbrales y se ciñeron a estos números, perdieron muchos quintales”, relató el especialista.
Analizó que en el lapso en cuestión muchas cosas cambiaron, especialmente el tamaño de la población de esta plaga, el número de individuos, al tener alimento disponible en cualquier lugar del país garantizándole mayores posibilidades de sobrevivir. “Sin humedad en el invierno y primavera, las pupas que pasan la estación desfavorable bajo el suelo no son afectadas por enfermedades o parásitos”.
La Isoca Bolillera pasó de ser un insecto de baja incidencia en el cultivo a una plaga principal. “Algunos aseguran que también contribuyó la práctica del chorrito de insecticida con los herbicidas al barbecho y en la emergencia del cultivo”.
Lo cierto es que “hoy en día ya se la puede considerar un problema para el cultivo de soja, que se va agravando con las siembras invernales de lenteja, garbanzo, poroto mung, y otras plantas que le sirven de hospederos arrancadores antes del cultivo estrella”.
Fuente: infocampo.com.ar
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