“Somos agricultores sin tierra, porque la alquilamos; sin trabajo, porque lo tercerizamos; y sin capital porque nos prestan el dinero. Lo único que tenemos es capacidad de gestión, de articulación, el conocimiento”, señaló esta semana Gustavo Grobocopatel, quien, con una sonrisa apuntó: “Soy marxista, te podría decir”.
Paso seguido, destacó que en América del Sur “trabajamos para alimentar al mundo, y en general en Europa se trabaja más para hacer jardinería. No estoy en contra de eso, pero sí que se dé cátedra al resto del mundo sobre lo que hay que hacer”, dijo clara referencia a la condena de los transgénicos.
También hizo referencia a la soja como un cultivo que llegó para quedarse, sustentado en un doble fenómeno. Primero, la creciente demanda de proteínas de parte de los gigantes asiáticos, que incorporan gradualmente el consumo de pollos y cerdos alimentados con nuestros granos a su dieta cotidiana. Luego, los beneficios económicos para las arcas del Estado nacional.
Para el titular de los Grobo, la Argentina es una potencia mundial en materia de conocimiento a la hora de producir alimentos. De hecho, tecnologías de manejo como la siembra directa. “Por primera vez en 5.000 años de agricultura se puede decir que le vamos a entregar a nuestros hijos suelos mejores que los que nos entregaron nuestros padres: eso es un cambio de paradigma de la forma de hacer agricultura”, agregó.
A su vez, expertos ya plantean la necesidad de incorporar una agricultura de conservación, dejando atrás el concepto extractivo de “explotación agropecuaria”.
La biotecnología, la robotización, el trabajo en red son los caminos. El cuidado del suelo y el medio ambiente la norma a respetar. El mundo crece, tiene hambre y alguien le tiene que dar de comer. Hagamos que los debates sean superadores detrás de esa meta.
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