Apostar por una estrecha franja de cultivos y razas industriales empobrece la variedad y calidad genética.
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Producir un kilo de carne consume 16.000 litros de agua, además de un considerable gasto energético y de otros recursos (suelo, vegetación, etcétera) y de emitir gases contaminantes. Si además ese kilo de carne acaba en la basura, se comete un crimen ambiental y social muy grave. Dicho crimen no se hace solo con un kilo de carne, sino con 1.300 millones de toneladas de comida al año. La celebración este año del Día Mundial del Medio Ambiente demuestra la estrecha relación que existe entre la conservación de nuestro entorno y una producción sostenible de alimentos.
Maíz dulce a la parrilla, lentejas amarillas con tamarindo, tiramisú con toque tropical y especialidades con cáscaras de frutas confitadas. Este fue el menú que se sirvió en la cena de presentación del Día Mundial del Medio Ambiente de este año. Fue en Nairobi (Kenia), sede del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el organismo de la Organización para la Agricultura y Alimentación (FAO) que impulsa esta celebración. Lo destacable del menú fue que los alimentos procedían de partidas que se desecharon en Reino Unido por “razones estéticas”.
Durante la cena se presentó el eslogan de este año: Piensa, aliméntate y ahorra, que se enmarca dentro de una campaña mayor de la FAO denominada Reduce tu huella alimentaria, con la que se pretende frenar el inmenso despilfarro y la tremenda injusticia que supone tirar todos los días 300.000 toneladas de alimentos (1.300 millones de toneladas al año, según datos de la FAO) mientras mil millones de personas pasan hambre y mueren por no tener acceso a una alimentación adecuada. Además, en el mismo ágape se animó a los participantes a empaquetar los restos para llevarlos a casa o donarlos a una ONG que gestiona programas de alimentación entre 580 niños en Nairobi. Fue un evento de cero desperdicios.
Últimamente se suceden las cifras que cuantifican las toneladas de alimentos que diariamente se desaprovechan, y que fluctúan entre un tercio y la mitad de la producción inicial. Gustavo Duch, coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, incide en la responsabilidad de la industria: “Se tiende a concentrar la culpa en los extremos, en los agricultores y el consumidor, pero la principal culpable es la agroindustria y, principalmente, las grandes cadenas de distribución, que en España tienen el control del 80% de la venta de alimentos”. Duch expone varios ejemplos que recuerdan a la distribuidora de Reino Unido que “facilitó” la cena de Nairobi. “En Levante se desechan toneladas de mandarinas porque las distribuidoras no las ven con la apariencia idónea para ponerlas en el mercado, y en Euskadi pequeños productores hortícolas se han quedado con grandes cargamentos de lechugas sin vender porque una empresa ha preferido adquirir otras a más bajo precio procedentes de Marruecos”, explica Duch a modo de ejemplo.
Esta información la confirma Lorenzo Ramos, secretario general de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA). “Desgraciadamente, se desecha mucha fruta y hortaliza directamente en el campo porque el agricultor no se arriesga a que por una pequeña parte que contenga algún roce o piezas algo más pequeñas que el resto te echen para atrás toda la partida”, expone Ramos. En la UPA solicitan medidas de apoyo para recuperar esos alimentos y ponerlos a la venta o destinarlos a bancos de alimentos o comedores sociales.
Las grandes distribuidoras se defienden y hacen valer su compromiso. Una de ellas es Mondelez International, antigua Kraft Foods, dueña de marcas como Philadelphia, Oreo, Toblerone y Suchard. “Llevamos colaborando con bancos de alimentos desde hace más de diez años, no solo a través de la donación de excedentes alimentarios, sino también desarrollando conjuntamente campañas demarketing solidario y de sensibilización”, afirman. Desde una importante conservera, el Grupo Calvo, hablan más de reducción en origen. Precisan que uno de los objetivos de su política ambiental es la “mejora del rendimiento de la materia prima y el pleno aprovechamiento del proceso de producción y del subproducto”.
Esta cadena de despropósitos con los productos alimenticios acarrea no solo una injusticia social y económica, sino también ambiental, de ahí que el PNUMA haya ligado el problema al Día Mundial del Medio Ambiente. La producción de alimentos está asociada a cultivos, ganadería o pesca industrial y conlleva un importante consumo de recursos. El más elocuente es el de agua, cuyo ejemplo más palmario son los 16.000 litros necesarios para producir un kilo de carne o los 900 para uno de maíz, según datos de la Water Footprint Network. A ello hay que añadir el consumo de suelo, materia vegetal, fertilizantes, plaguicidas y energía en todo el proceso (de la siembra a la puesta en el mercado) y las emisiones, tanto contaminantes como de gases de efecto invernadero (GEI).
Según datos del PNUMA, la producción global de alimentos ocupa un 25% de la superficie habitable, supone un 70% del consumo de agua, provoca el 80% de la deforestación y emite el 30% de GEI. “Es, por tanto, una de las actividades que más afectan a la pérdida de biodiversidad y a los cambios en el uso del suelo”, concluyen desde el PNUMA. Con estos datos en la mano, tirar un solo kilo de carne supone un impacto ambiental de gran calibre.
Sin salir de la repercusión sobre el medio ambiente, el Convenio sobre Biodiversidad recuerda constantemente la importancia que tiene la biodiversidad agrícola (es uno de sus programa temáticos) en la conservación de nuestro entorno. Casi un tercio de la superficie terrestre se utiliza para la producción de alimentos, por lo que su correcta gestión favorece funciones “como el mantenimiento de la fertilidad del suelo y la conservación de los recursos hídricos, los cuales son esenciales para la supervivencia humana”.
Pero dichas funciones, ligadas sobre todo a la producción más sostenible, merman también día a día. Según la FAO, gran parte de la población mundial se alimenta con apenas 150 especies cultivadas y se pierden miles de variedades todos los años, la mayoría en países en desarrollo, y estima que el 22% de las razas ganaderas están en peligro de extinción. Apostarlo todo por una estrecha franja de cultivos y razas industriales empobrece la variedad y calidad genética y favorece el ataque y propagación de plagas y enfermedades.
Por este motivo, desde el PNUMA aportan también alternativas: elegir aquellos alimentos cuyo impacto en el medio ambiente es menor, como los procedentes de la producción ecológica, en la que apenas se usan productos químicos; o adquirir productos en mercados locales en los que se sabe que no ha sido necesario el transporte y, por tanto, no han supuesto tantas emisiones de gases.
La producción ecológica, en la que España es una de las principales potencias europeas (más en extensión y producción que en consumo interior), y el consumo de proximidad (también llamado de kilómetro cero) son dos de las opciones que se barajan para hacer frente al modelo que hasta ahora ha imperado, “y que ha fracasado”, sostiene Gustavo Duch. “Se afirma que la agricultura ecológica o de pequeños productores no puede abastecer al mercado con garantías, pero resulta que el modelo industrial imperante tira el 50% de lo que produce”, concluye el director de Soberanía Alimentaria.
Otro dato a tener en cuenta es que en la ratio per cápita, los desechos producidos en Europa, Norteamérica y Oceanía, lugares donde impera el modelo de gran producción y gran distribución, son de entre 95 y 115 kilos, mientras que en África subsahariana, sur y sureste de Asia se tiran entre 6 y 11 kilos al año. En los países en desarrollo, las pérdidas se asocian más a déficits en la logística y la conservación de los alimentos, y en los más ricos, a cuestiones de sobreproducción y sobreconsumo, énfasis en la apariencia y confusión entre fechas de consumo recomendado y caducidad.
La certificación forestal FSC (Forest Stewardship Council) y PEFC (Programme for the Endorsement of Forest Certification), la pesca artesanal o certificada MSC (Marine Stewardship Council), la creación de cooperativas y grupos de consumo directo a proveedores, la ampliación de las redes de comercio justo, la creación de huertos urbanos, el movimientoslow food o las redes de apoyo social en la redistribución de alimentos, alentadas por las asambleas del Movimiento 15-M, son otros ejemplos que van en la línea de conjugar soberanía alimentaria y protección del medio ambiente.
Algunas decisiones acordadas en las altas esferas políticas también son vistas como pasos en la misma línea. Es el caso del reciente acuerdo alcanzado entre el Consejo de Ministros de Pesca de la UE y el Parlamento Europeo sobre la reforma de la Política Pesquera Común. En él se fijan objetivos vinculantes para acabar con la sobrepesca, las capturas accidentales (aves, cetáceos, tortugas…) y los descartes, y se marcan criterios ambientales y sociales en los repartos de cuotas de pesca (impacto de las pesquerías, cumplimientos de las cuotas otorgadas y contribución a la economía local).
En España, el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente ha presentado la estrategia Más alimento, menos desperdicio, que, según la secretaria general de Agricultura y Alimentación, Isabel García Tejerina, “nace como una gran plataforma integradora porque todos tenemos un compromiso con la sociedad, con los más necesitados, con el uso eficaz de los recursos y con el cuidado del medio ambiente”. Las cinco grandes áreas de actuación que contempla la estrategia son el establecimiento de las buenas prácticas, la difusión y promoción de las mismas, los aspectos normativos que puedan afectarle, la colaboración con otros agentes y el fomento y desarrollo de nuevas tecnologías que ayuden a minimizar el problema.
A la espera de que iniciativas como la europea y la española cristalicen, tanto las ONG como la FAO recomiendan mantenerse alerta, no solo porque en algunos casos existen pesquerías con tasas destockssobreexplotadas cercanas al 90% y que España sea el sexto país que más alimentos desperdicia en Europa, sino por la extensión de otros fenómenos dañinos, como el acaparamiento de tierras fértiles en África y América del Sur.
Fuente: cincodias
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