En la colaboración anterior comentábamos que la agricultura convencional se ha convertido en un paradigma que permea no sólo la producción agropecuaria, sino que en sí constituye una visión cultural del conjunto de actividades que se desarrollan con base y en torno a ella, pero también señalamos las limitaciones que está presentando, en particular por sus impactos ambientales.
Gran parte de los cuestionamientos a este tipo de agricultura ha surgido desde el seno de los centros de investigación y educación superior agropecuaria o áreas afines, donde se viene valorando cómo afectan los recursos naturales al someterlos a procesos de deterioro, producto mismo de su sobreexplotación, del uso de tecnologías que provocan presión sobre ellos. Tales cuestionamientos no se limitan al entorno nacional sino que forman parte de una nueva visión del desarrollo conformada con base al paradigma de sustentabilidad.
La agricultura convencional ha estado asociada a los modelos de desarrollo que, como ella, empiezan a demostrar esas limitantes que requieren reorientarse para asegurar su viabilidad no sólo económica, sino social y ambiental. El reto es cómo continuar el desarrollo actual, principalmente en términos de mantener la productividad y rentabilidad de los sistemas de producción agropecuaria realizando los cambios adecuados que posibiliten un menor daño al ambiente y una mayor equidad social entre la población.
Este nuevo paradigma del desarrollo que encuadra también nuevos conceptos y prácticas productivas de este sector hacia un enfoque sustentable debe contemplar procesos graduales de cambio, ya que incluso a nivel del conocimiento científico y sus aplicaciones tecnológicas no son suficientes para propiciar esa transición, aunado a que también no existen los mecanismos de vinculación adecuados entre las entidades de generación de ese conocimiento con los sistemas productivos y la población, incluso tampoco hay un diseño e implementación de políticas públicas que induzcan esa agricultura sustentable.
Para entender lo anterior sólo observemos las implicaciones que trae consigo adecuar los patrones de cultivos en las regiones agrícolas a la disponibilidad y potencial real de recursos naturales y productivos existentes, para que no se sometan a procesos de sobreexplotación y deterioro como sucede en algunas regiones entre las cuales La Laguna es un claro ejemplo con el abatimiento y contaminación de sus acuíferos, producto de una visión económicamente rentable, pero cortoplacista del desarrollo agropecuario.
Otros ejemplos se presentan en las condiciones de producción como sucede con la adopción de tecnologías más amigables con el ambiente, tal es el caso de la agricultura orgánica donde la superficie establecida representa una proporción mínima de la superficie total cultivada con tecnologías convencionales, lo cual no implica, desde luego, que toda esa superficie tenga que transitar a una forma orgánica de producir, pero es conveniente y volvería más sustentable el desarrollo agropecuario si esto ocurre parcialmente.
El primer ejemplo implica un cambio en la visión general del desarrollo de una región que involucra una diversidad de actores sociales e institucionales que presentan resistencias a aceptar el impacto que están provocando en el ambiente y la población, y por consecuencia a cambiar esa forma de desarrollo que les ha retribuido grandes beneficios, pero también la escala puede reducirse a las decisiones individuales que tome un productor en sus predios agrícolas o explotaciones ganaderas, como ocurre en la sustitución de una forma de fertilización convencional a orgánica o de un método de control químico por otro biológico en las plagas que afectan los cultivos; en ambos casos conlleva un cambio en la cultura que los productores tienen y en la cual sustentan la toma de decisiones sobre cómo producir o, incluso, de la forma en que viven.
La transición de una agricultura convencional a agricultura sustentable no significa, como algunos matizan para destacar la inviabilidad de ese cambio, la sustitución total o absoluta de las prácticas utilizadas en la forma de producir en que se sustenta la primera, en realidad el principal cambio que debe operar en ellos, en tanto productores de bienes que la sociedad les demanda, es en la cultura que ha adquirido durante generaciones, en sus valores y la visión que tienen sobre la vida, como del convencimiento que adquieran por aprender y apropiarse de una nueva forma de producir.
Ciertamente, esta transformación asegurará una mayor viabilidad en la producción de bienes agrícolas, sobre todo de alimentos, y no sólo enfrentará los valores predominantes sobre la forma de producir y vivir, sino también el conjunto de intereses económicos asociados a la forma vigente, retos que quizá sean de mayor preocupación cuando se trata que la generación y aplicación de tecnologías que constituyen la otra cara de la moneda, como sucede con los cultivos transgénicos, tema del que hablaremos en otra ocasión.
Fuente: elsiglodeltorreon
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