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AGR020 ESPAÑA La agricultura: entre la tecnología y la gente

Desde hace ya algunos años se viene insistiendo en el uso masivo de Organismos Genéticamente Modificados (Transgénicos), como la opción que permitiría ampliar la frontera agrícola por vía de un aumento en los volúmenes de producción, derivado principalmente de cultivos cuya plantas están en capacidad de repeler el ataque de plagas y enfermedades, así como de proveer mayores rendimientos por hectárea.

En el mundo, actualmente hay aproximadamente una superficie de 30.000.000 de hectáreas cultivadas con plantas transgénicas, donde destacan la soya, el arroz, el maíz y el algodón. Sobre la base de que estas nuevas plantas manipuladas genéticamente permiten aumentos significativos en los rendimientos por hectárea, se ha venido promoviendo la ampliación de la superficie utilizada con estos cultivos, como una opción para resolver las deficiencias alimentarias de los países más pobres, así como para promover una agricultura cuyo éxito económico estaría acompañado de una supuesta disminución de costos, principalmente por la no utilización de insumos agroindustriales para el control de plagas y enfermedades.

Esto que podría interpretarse como una condición de prosperidad, a mediano plazo, para una clase de productores agrícolas y en un cambio cualitativo en las condiciones de vida de las población rurales, tiene sin embargo algunas objeciones, que conviene revisar dentro de los contextos regionales y locales de las agriculturas del mundo, donde el problema no radica precisamente en una cuestión de orden tecnológico por la vía de la innovación o de las tecnologías de punta, sino antes por el contrario, en la valoración y el rescate de tecnologías tradicionales ecológica, económica y socialmente mas apropiadas, que han entrado en desuso, justamente por los paradigmas de una modernización de alto interés económico que privó en el mundo durante la segunda mitad del siglo XX, y más particularmente por los procesos de trasnacionalización de la producción agrícola y globalización de los espacios rurales.

Más allá de los inconvenientes que significan el uso de plantas genéticamente modificadas, desde el punto de vista de sus consecuencias en la salud de la especie humana, pues su inocuidad aún no ha sido fehacientemente probada, y del terrible daño ecológico que esto significa, pues son monocultivos de alta exigencia tecnológica en sus manejos agronómicos y que plantean controles rigurosos para su implantación, a fin de evitar su diseminación indiscriminada y las consecuencias que esto significa para la diversidad biológica y los sistemas ecológicos naturales de que aún disponemos; conviene detenerse sobre algunos aspecto de orden sociocultural, socioeconómico y geopolítico.

Las agriculturas del mundo, desde su aparición como una actividad productiva con fines básicamente alimenticios, fue creando una enorme diversidad cultural en torno a las plantas domesticadas, a los patrones alimenticios locales y sobre tordo, a formas de manejo que obviamente implican un valioso acervo tecnológico, probado ecológica, social y económicamente, en los circuitos locales y regionales de intercambio.

Las Rutas Comerciales hacia el Oriente y el hecho histórico conocido como el mal llamado Descubrimiento de América, ciertamente condujo a un intercambio cultural de proporciones continentales, en lo que podríamos llamar la primera la primera fase de lo que hoy se conoce como Globalización; el mayor intercambio fue precisamente de plantas comestibles, de hábitos alimenticios y de patrones de consumo, así como de tecnologías y prácticas agronómicas, que enriquecieron los acervos culturales, prácticamente en todos los rincones del planeta.

Visto así, se ampliaron las opciones alimenticias de la población mundial, pero al mismo tiempo se amplió también el intercambio comercial, el intercambio desigual y el dominio de algunos patrones culturales occidentales de los países industriales sobre las culturas locales, bajo el paradigma del progreso.

Una muestra significativa de estos procesos lo encontramos en lo que se denominó la Revolución Verde, supuestamente como un adelanto tecnológico que resolvería el hambre del mundo vistos los altos rendimientos de algunas variedades, particularmente de cereales - trigo, arroz, y maíz -, sólo que el requerimiento tecnológico que fundamentaba el cultivo de estas variedades era del monopolio de los países industriales, más específicamente de las transnacionales y de los grandes complejos agroindustriales que controlan la producción y el comercio de insumos agrícolas así como el procesamiento de los productos.

El progreso y la modernización cuestan caro, y hasta podríamos decir que sólo ha servido para ahondar las diferencias socioeconómicas entre los países del mundo y entre las regiones nacionales. Pero sobretodo, ha sido sólo una opción para generar respuestas adecuadas a los procesos económicos de los países industriales, en detrimento de las economías regionales y locales, desarticulando las agriculturas campesinas tradicionales de una alta eficiencia social en el abastecimiento de los mercados nacionales.

Las agriculturas tradicionales representan no solo un equilibrio ecológico regido por las temporalidades del clima en razón de la latitud, la altitud y la continentalidad de los lugares; sino que también expresan una articulación social, donde los roles de la población están asociados con las prácticas agronómicas y el manejo de los cultivos y los rebaños, y donde la ocupación, que no el empleo, está garantizada para todos y cada uno de los habitantes, sobre el principio del bienestar colectivo y como una estrategia de supervivencia ecológica, social y nutricionalmente muy eficiente.

Hoy nos encontramos frente a una nueva generación de innovaciones tecnológicas para la agricultura; derivada, obviamente, de los requerimientos de los grandes complejos agroindustriales, para favorecer los intereses de la racionalidad económica que priva en las granes inversiones. Un nuevo espejismo para los países del Tercer Mundo, vista su hambre secular y sus deficiencias financieras. Nuevamente se nos plantea la necesidad de vender el alma al diablo en nombre del progreso y la tecnología de punta, contradiciendo los discursos oficiales y los principios que fundamentan la idea de Nuevos Desarrollos Sustentables.

En tal sentido, y a manera de conclusión queremos señalar que, justamente, en aras de la sustentabilidad de los desarrollos de los países y de las poblaciones más desfavorecidas históricamente, las opciones para solventar el hambre del mundo pasan por revalorizar las culturas y agriculturas locales, sus acervos tecnológicos, sus racionalidades ecológicas, sociales y nutricionales.

Antes que seguir promoviendo la homogeneización de las agriculturas del mundo, en torno a patrones de consumo promovidos por las grandes consorcios agroindustriales y a opciones tecnológicas que no solamente son costosas, sino que fortalecen los nexos de dependencia de los países de lo que se llamó el Tercer Mundo, habría que rescatar los patrimonios culturales de las agriculturas locales para revalorizar la diversidad cultural como el principio que nos conduciría, no sólo a recobrar nuestras identidades geográficas, sino también - y esto es fundamental -, a promover intercambios comerciales sobre la base de nuestras propias ventajas comparativas.

fuente aporrea

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