Para saber qué se lleva uno a la boca y conocer al agricultor que cultiva las verduras que tenemos sobre la mesa no es necesario vivir en un pueblo de cien habitantes: en la mismísima capital de España cada vez más ciudadanos se agrupan para comer mejor comprando alimentos ecológicos directamente a su productor.
Los grupos de consumo, como se llaman los colectivos organizados para adquirir alimentos ecológicos cultivados en los alrededores de la capital, se reproducen en los barrios madrileños, donde cada vez hay más locales y casas particulares en los que se adquiere de forma colectiva comida de temporada sin intermediarios y por la que se ha pagado un precio justo.
La iniciativa no es nueva -ya a principios de los 90 surgieron proyectos similares en Madrid- pero en los últimos años, sobre todo tras el 15M, se han multiplicado las personas que combinan el amor por la comida sana con la responsabilidad social.
"No se trata sólo de que la comida sea más rica y ecológica: la gente se ha dado cuenta de que el consumo es una herramienta para el cambio", explica a Efe Mario Pinucci, de la asociación Sodepaz, cuyos trabajadores tienen un grupo de consumo que está abierto a otras personas.
Los 18 miembros del colectivo participan de forma activa en el proceso: todos los miércoles el productor les lleva las verduras al local y ellos se turnan para repartirlas en cestas, y se encargan también de otras tareas como contactar cuando es necesario con productores de carne, lácteos o cosméticos.
Gisela Oliván relata a Efe que se decidió a entrar en el grupo para "comer más sano, evitar los intermediarios y ayudar a que la actividad agraria siga adelante en nuestro país". "¿De qué sirve consumir manzanas de Nueva Zelanda por muy ecológicas que sean si se ha malgastado un montón de energía para traerlas aquí?", se pregunta.
Desde que forma parte del grupo se alimenta principalmente de productos de temporada. "Te comprometes a consumir un número de cestas mensuales y te la llevas a casa independientemente de lo que traiga. Unas veces hay mucha variedad y otras menos: depende de la época del año y de la naturaleza", explica.
Quien les abastece semanalmente es David Rentero, de 34 años, que en 2007 dejó la empresa de estética que había montado con su hermano para recuperar las tierras de su familia en Sanmartín de Montalván (Toledo), y emprender en ellas un proyecto de agricultura ecológica y sostenible. "No entiendo la agricultura de otra manera: es una vía para la sostenibilidad del medio rural", dice a Efe.
A cultivar sus tres hectáreas le ayuda una persona contratada y su padre, que ya está jubilado, y con lo que ellos producen se alimentan semanalmente unas cien familias -de grupos de consumo de Madrid y Toledo- que pagan cada semana 16 euros por cestas que contienen entre seis y ocho kilos de verduras. También vende sus productos en una tienda ecológica que ha montado con unos amigos en Toledo.
"Los lunes y martes recolecto lo que está listo para comer, lo lavo y lo preparo, y los miércoles lo llevo a las casas particulares o a los locales de los socios consumidores", resume a Efe David, que además de productor también es miembro de otro grupo de consumo.
Y modelos como el que propone David se reproducen por la ciudad de Madrid en lugares tan dispares como el de La Marabunta, un espacio cultural concebido en principio como una librería y cafetería y en el que a partir de ahora no será extraño encontrar una vez por semana tomates, lechugas u otros productos de temporada.
El incipiente proyecto pasa porque formen parte de él unas 30 personas, que aportarán cada mes 15 euros para los gastos del local y de gestión y que tendrán que realizar tres pedidos al mes pero sin un mínimo de productos, según consta en la web de la librería.
Una iniciativa algo distinta es la que impulsa "La Garbancita ecológica", una cooperativa sin ánimo de lucro fundada en 2007 en Vallecas que abastece semanalmente a cerca de 250 personas organizadas en cerca de 30 grupos de consumo y en el que los productos se pueden adquirir también a través de la página web.
La principal diferencia, explica a Efe una de las responsables de la cooperativa, Pilar Galindo, es que el contacto con el agricultor lo establece en este caso la organización, algo que ahorra trabajo a los miembros del grupo y fomenta la operatividad y la rentabilidad de los productores, según su parecer.
Estas inquietudes están en expansión y permiten a productores como David vivir de la huerta, como sucedía antaño en su pueblo. "La gente se siente orgullosa, viene a veces a pasar un día conmigo en la huerta y enseña a los niños algo tan básico como cómo crecen los tomates", dice.
En Madrid se cuentan más de proyectos de estas características, y las asociaciones han desarrollado incluso una aplicación web que pone en contacto a usuarios con productores y que expande una idea: es fácil cambiar los hábitos y cualquiera puede animarse a montar un nuevo grupo de consumo.
fuente diariovasco
¡Necesitas ser un miembro de AGRO 2.0 para añadir comentarios!
Participar en AGRO 2.0